Las mañanas, con su rutina, tenían cierto encanto.
Astin trabajaba tres días, siempre de mañana, por semana: lunes, miércoles y viernes. Era lo máximo que su jefe podía pagarle. Esos días, Lilou salía con Éponine o, si esta estaba ocupada, se encerraba en la diminuta habitación en la que vivían para trabajar en sus remedios, de los cuales tenía ahora una amplia reserva por no tener a quién tratar. La mayoría de martes, jueves y sábados se encontraban las tres para hacer lo que se les antojara; algunos días, sin embargo, Astin se excusaba con estar ocupada y se iba sin saber ninguna a dónde. Los domingos, finalmente, iban Astin y Lilou juntas a misa, siguiendo la costumbre que tenían desde niñas, a una pequeña iglesia un par de calles más abajo de su casa.
Astin no quería que nadie supiera a dónde iba por vergüenza del qué dirán. Por muy impetuosa que ella fuera, aún había cosas, normas, deberes, prohibiciones, que estaban metidas bajo su piel. Y que se supiera que iba a casa de un hombre para encontrarse con él a solas era un bochorno que prefería no pasar. No pensaba ser vista como una simple buscona. Por ello, ni siquiera Lilou sabía que la razón por la que no deseaba ir con ellas era para ver a Grantaire. Aunque era consciente de que no hacían nada malo (a veces se replanteaba si Lilou no se escandalizaría de saber lo que hacían tras las paredes del piso del artista, pero rápidamente apartaba ese pensamiento de su mente), ambos implicados preferían que se mantuviera como algo privado. Grantaire faltaba mucho a clase. Según él, el arte no era algo que se pudiera enseñar, por lo que pensaba que no se perdía demasiado en caso de quedarse en casa. A veces era porque tenía resaca y no le apetecía hacer nada, otras, porque estaba inspirado y necesitaba pintar, afán que no apagaban las estructuradas clases. Era en el segundo caso cuando Astin iba.
Llamó a la puerta de uno de los pisos de un sucio edificio que conocía bastante bien. La primera vez que había ido fue tras una de las muchas reuniones a las que Lilou no acudió. Grantaire abrió la puerta segundos más tarde. Tenía salpicaduras de pintura en cara, manos y ropa. Vestía únicamente una camisa que utilizaba para trabajar, como mostraba la pintura seca y reciente que la coloreaba, y unos pantalones viejos y rotos.
—Salut, ma déesse—le saludó con una sonrisa, recostándose contra el marco de la puerta mientras se pasaba la mano entre los rizos negros, dejando manchas de pintura en ellos.
—Salut, mon chaton—contestó ella con una sonrisa coqueta entrando en el piso.
El interior era igual de desastroso que la fachada. Había botellas por el suelo y sobre el diván, lugar donde dormía el joven. El suelo estaba sucio, las ventanas mostraban un exterior oscurecido por la mugre en el cristal y todo olía a moho. Sin embargo, Astin no parecía impresionada.
—Las cosas están donde siempre—indicó Taire mientras empujaba el sofá a la habitación contigua. Ella asintió y fue hacia una pequeña cómoda de la que sacó una camisa blanca antes de seguirle.
Una vez R consiguió su cometido, dejó a la joven en el cuartucho a solas. Era el único cuarto que había a parte del salón, y era muy diferente a este. Había mucha luz gracias a la gran ventana, impoluta, a diferencia de la de la sala; había menos botellas de alcohol y las manchas de óleos, acuarelas y demás materiales sustituían al moho y al polvo. Era donde Grantaire pintaba y guardaba sus obras, colocadas contra la pared o en caballetes, algunas tapadas, otras descubiertas. Con calma, Astin se quitó la ropa que llevaba desde que había huido de Marsella. Dejó la falda roja y la camiseta caer al suelo en un rincón, junto al cinturón y las botas. Rápidamente, se despojó también de su ropa interior. En su lugar, se puso la camisa que había tomado. Era blanca, de hombre, por lo que le quedaba bastante grande. A Astin le gustaba. La sentía suave contra su piel, estaba limpia y olía bien. Una mezcla de vino, menta y pintura, como Grantaire, pensó ella acercándose la tela a la nariz.
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El Lirio Y La Estrella
FanfictionPermitidme que os cuente una historia. La historia de un lirio cuyo gran amor era su familia y de una estrella enamorada de su libertad. La historia de un ángel que tenía a su patria por amante y de un cínico que amaba el vino. Permitidme que os ex...