La Gran Ciudad

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Una tarde como cualquier otra, Astin y Lilou discutían sobre qué hacer. Como la mayoría de los días, tenían intención de ir al bosque, a nadar en el río, pero Lilou deseaba ir primero a la posada a ver a Adrien, a quien no había visto desde hacía varios días a causa de las tareas que les habían mantenido ocupados. Finalmente, Lilou se salió con la suya y ambas jóvenes se dirigieron hacia el ayuntamiento.

Son curiosas las vueltas del destino. Si los días anteriores el señor Montagne no hubiera obligado a Lilou a quedarse con él trabajando y Lilou y Adrien se hubieran visto o si Astin hubiera sido un poco más cabezota y hubiera insistido en que quería ir al lago o si ese día no hubieran podido ir a la posada ahora no habría historia que contar.

Tan pronto atravesaron la puerta del lugar, la pequeña Eloïse corrió hacia las jóvenes con un gritito alborozado para lanzarse a los brazos de Lilianne, que la levantó, no sin cierto esfuerzo, pues la niña estaba bastante crecida para esas cosas.

—¡Lilou! ¡Astin! ¡Hay un hombre de fuera!—les contó la pequeña muy emocionada de ser ella quien les diera la noticia.

En un lugar como aquel, donde las noticias tardaban en llegar y la cotidianeidad era abrumadora, los extranjeros suponían una auténtica atracción de feria, especialmente para nuestras protagonistas, cuya curiosidad hacía tiempo que no podía saciarse teniendo la opción del colegio vedada y sabiendo ya todo lo que sus padres les pudieran enseñar.

—¿Dónde?—preguntó Astin mirando a todos lados.

—Con père y Adrien—señaló la pequeña hacia una mesa.

—Gracias, Eloïse—le sonrió Lilou antes de plantarle un beso en la frente y dejarla en el suelo.

La niña se marchó en busca de su madre para pedir permiso para salir. Iba feliz, dando saltitos. Adoraba a las dos jóvenes, se sentía orgullosa de poder decir ante los demás niños que eran sus amigas. ¿Qué niña no sería feliz de tener por amigas a dos chicas mayores que le consentían y la mimaban? Además, lo mejor de todo, al menos a sus ojos, era que ninguna de las dos parecía tener intención de robarle a su amado hermanito, a diferencia de Bernadette. Mientras esta última había monopolizado la atención del chico, las otras dos permitían a la niña sentarse con ellas y su hermano siempre que quería.

Astin y Lilou se quedaron observando a los dos hombres que se sentaban en una mesa con monsieur Berger y su primogénito, deseando acercarse pero sin poder hacerlo por las reglas de la buena educación que debían cumplir como mujeres que eran. Esperaban que Adrien reparara en ellas y les invitara a sentarse, pero él se encontraba absorto en la conversación. No fue hasta que el que parecía ser el cochero se levantó de la mesa para dirigirse a los establos que Adrien separó los ojos de su interlocutor y notó a las dos jóvenes.

—¡Lilou, Astin!—les llamó—. ¡Venid a sentaros! ¿Queréis beber algo?

Al tiempo que decía esto colocaba una silla más junto a la que el cochero había dejado vacía y hacía un gesto a su madre, quien les trajo dos jarras de la habitual cerveza aguada. Ambas se sentaron con una sonrisa de agradecimiento hacia el muchacho.

—Os presento a monsieur Archambault—les dijo Adrien, para luego dirigirse al hombre—. Monsieur, ellas son mis buenas amigas Astin Lavoie y Lilianne Montagne.

Lilou tuvo que contener una mueca ante la mención de su nombre completo. Era un gesto instintivo, pues generalmente el único en utilizar dicho nombre era su padre, y pocas veces sus conversaciones terminaban bien para ella.

—Es un placer, mesdemoiselles—les sonrió Archambault.

Era un hombre mayor de rostro arrugado y cabello blanco. Sus ojos tenían un brillo inteligente y su sonrisa afable te hacía pensar en un simpático abuelito al verle.

El Lirio Y La EstrellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora