Las Pueblerinas Y Los Burgueses

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Cuando Lilou despertó, no sabía dónde estaba. Se encontraba tumbada en una cama, en una pequeña habitación. ¿Acaso eso era el más allá? No se parecía en nada a lo que contaban en misa los domingos. Sin embargo, le gustaba. Quedó tendida unos minutos, descansando en paz. Se sentía débil y agotada, ligeramente mareada, pero el dolor se había ido. Cuando las nauseas remitieron, se incorporó para ver mejor el lugar en el que se encontraba. Mas tan pronto se movió algo cayó sobre ella de improviso:

—¡Lilou! ¡Estás viva! ¡Estás viva y despierta!

Astin, quien hasta entonces se había mantenido sentada en un rincón del cuartito, se lanzó sobre su amiga, profundamente aliviada al ver a Lilianne despertar.

—¿Astin? ¿Qué haces tú aquí?—se asombró ella.

—Cuidar de ti—contestó Astin ligeramente dolida.

—¿Tú también estás muerta?

—¿Cómo que yo también? No estoy muerta. Nadie lo está—se preocupó la castaña; tal vez su amiga no estaba tan recuperada como le había parecido en un principio.

—¿Cómo es posible?—se maravilló Lilou mirándose las manos—. Me moría, sé que me moría. Incluso vi un ángel que venía por mí.

—¿Un ángel?

Con un asentimiento, Lilianne se dispuso a contarle todo lo que recordaba de lo que creyó sus últimos minutos. Una pequeña sonrisa apareció en los labios de Astin al oír sobre el celestial ser:

—Me da que eso no era un ángel.

Esa fue su críptica respuesta, la cual se negó a explicar. En su lugar, le habló de lo que realmente había ocurrido. Le habló del grupito de jóvenes burgueses que les había ayudado, de un pelinegro llamado Courfeyrac que les había cedido su piso para que se recuperara, del muchacho de cabello rizado conocido como Grantaire o R (un juego de palabras que no terminaban de comprender a falta de saber leer) que le había defendido frente a unos idiotas y del estudiante de medicina llamado Joly que se había ocupado de su salud, salvándola de la muerte. Al oír hablar de médicos, Lilou arrugó la nariz con desagrado. No le gustaban los hombres de esa calaña, cosa que Astin sabía y le hizo reír.

—Ven, vamos con ellos. Les alegrará saber que por fin has despertado.

Con dificultad, Lilou salió de la cama y comenzó a vestirse con la ropa que había utilizado durante el viaje y que olía a limpio.

—¿Cuánto tiempo he pasado inconsciente?—preguntó Lilou mientras se ponía las botas.

—Casi tres semanas. Temíamos que no fueras a despertar nunca.

Esto le resultó escalofriante a Lilou. La idea de morir se le antojaba mucho menos terrible que la de pasar el resto de su vida en ese estado entre ambos mundos. Lejos de su abuela y lejos de Astin al mismo tiempo. Pero no tuvo demasiado tiempo para pensar en ello. Antes de darse cuenta, Astin ya tiraba de ella por las calles de París. Lilianne quería parar y empaparse de ese ansiado mundo, mas su amiga no le daba tregua. Pronto comprendió por qué. Entraron por una callejuela, y el hedor se hizo insoportable, al igual que la realidad que apareció ante ellas.

—Respira por la boca, no sueltes mi mano y no mires a nadie a los ojos—le ordenó Astin impasible, como quien ya ha hecho esto varias veces—. Y sujeta tu bolsa si no quieres quedarte sin ella.

Lilianne obedeció compungida. Los niños descalzos y prácticamente desnudos que corrían y lloraban, las manos extendidas en señal de súplica, los cuerpos enfermizos y las caras picadas de viruela que le miraban con hambre, miedo, odio, esperanza y envidia, todo a la vez, eran demasiado para ellas. Salió de ahí al borde del llanto. Astin paró, dándole tiempo para recuperarse del shock.

El Lirio Y La EstrellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora