En Marsella

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La víspera de su marcha de Marsella, Lilou se despertó ilusionada por última vez en su vida, o eso pensaba ella. Eso intentaba ella. Estaba en Marsella, tenía toda la comida que podía comer, una enorme habitación, ropa cara, un montón de cosas bonitas, una cama gigantesca para ella sola... Pero aún más importante era que seguía soltera y que había logrado conservar su bolsa hasta al momento. Y que ese día había recibido el permiso de su futuro esposo para ir a ver a sus hermanos mayores. Pensaba en esto con esperanza, buscando algo a lo que aferrarse para no perder el optimismo. No aún.

Las mañanas eran extrañas para Lilianne. Había pasado de levantarse temprano y recorrerse el bosque para conseguir agua a no tener absolutamente nada que hacer. Tenía a varias jóvenes muchachas de color como criadas, y estas limpiaban y ordenaban su habitación, cocinaban, lavaban su ropa... Incluso le ayudaban a asearse y vestirse. Cosa que agradecía, pues las ropas que llevaba le resultaban excesivamente complicadas. Aquel día la prepararon con más esmero del habitual al saber que su señora iba a salir. Ella sola se puso la camisa y las enaguas, pero necesitó ayuda una vez comenzó a ponerse el ahuecador. Un corsé apretaba sus costillas, marcando su talle dentro del vestido amarillo chillón de cintura alta. Tanto la ancha falda como el corpiño de medias mangas abullonadas de estilo gigot estaban hechos de rayón, estampados con el mismo motivo floral que las medias de algodón bordadas. Las manteletas de tul bordadas de hilo de oro tenían un acabado redondeado e iban sobre el corpiño y la falda de la misma forma que su viejo delantal lo había hecho no tanto tiempo atrás. Un apretado moño sujeto con una peineta de latón cincelado en oro le tiraba del pelo, mientras que los mechones sobrantes habían sido peinados en exuberantes tirabuzones. Sobre el peinado reposaba una gran pamela adornada con flores la cual se ató con cintas bajo la barbilla. Por último, calzaba unos zapatos de tacón a juego con el vestido. La capa de maquillaje que le cubría la piel completaba la transformación. Su zurrón de cuero desentonaba con el conjunto, pero no se pensaba separar de él.

Eran alrededor de las diez de la mañana cuando Lilou llegó frente a la carpintería que regentaba su hermano Edmond y que se encontraba en el piso inferior de su casa. Había un cartel en la puerta al cual Lilou no prestó mucha atención, por lo que únicamente llamó sin pensárselo dos veces. Al ver que nadie le contestaba, comenzó a llamar con mayor insistencia hasta que una voz de hombre le contestó con molestia desde dentro:

—¡Estamos cerrados! ¿Acaso no sabe leer?

—¡Ya deberías saber que no!—gritó Lilianne con una sonrisa al reconocer la voz de su hermano.

La puerta se abrió de golpe a tal velocidad que la chica a punto estuvo de caerse de espaldas. Del interior del local salió un enorme hombre de anchas espaldas.

—¡Lilou!—exclamó el gigante abrazándola con fuerza.

Lilianne rió ante esto y le devolvió el abrazo.

—¡Cómo has cambiado! ¡Estás hecha toda una mujercita!

—Tú también estás distinto. Te has dejado barba—apuntó Lilou señalando la incipiente barba del hombre.

—¿Te gusta?—le preguntó Ed pasándose la mano por esta.

—Te queda bien. Pareces mayor. Más serio y maduro.

Él asintió con satisfacción mientras invitaba a su hermana menor a pasar. Edmond le enseñó la tienda con orgullo antes de subir las escaleras que conducían al apartamento. Todo el tiempo estuvieron charlando sobre los viejos tiempos y los sucesos que les habían acontecido mientras estaban separados, evitando el tema del compromiso. Una vez en la vivienda, Ed cortó la conversación para gritar:

—¡Mon amour, Lilou ha llegado!

Una joven pelirroja de veintiocho años apareció por la puerta de la cocina.

El Lirio Y La EstrellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora