En París

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Lilou no volvió a ninguna reunión en mucho tiempo; fue Astin quien le dijo la semana siguiente que Jehan se había recuperado por completa. Comenzó a dedicar su tiempo a recorrer la ciudad. Descubrió que la tierra prometida no era más que una mentira. Un engaño de un viejo a dos niñas estúpidas.

Al inicio Lilianne paseó por bellas calles, jardines florecientes y elegantes edificios, pero pronto comprendió que no era bien recibida por esos lugares. Sucedió cuando observaba una hermosa casa de piedra. Un inspector de rostro duro y gran sombrero la tomó del brazo, acusándole de planear robar el lugar. Asustada, juró y perjuró su inocencia, llamando la atención de varios viandantes, que la miraron con desagrado. Finalmente, el policía le permitió macharse únicamente con un aviso de que de volver a verla merodeando la encerraría en prisión. Por tanto, la belleza de las zonas ricas se vio sustituida por la pobreza y el desamparo que reinaban en todos lados. Familias rotas, niños abandonados, jóvenes famélicos...

París no era hermosa, como tampoco el elefante de la plaza de la Bastilla era ni tan gigantesco ni de piedra real. Los edificios estaban destrozados, con casuchas a su alrededor en las que habitaban los parias de la sociedad, y jamás conoció la catedral porque temía demasiado volver a encontrarse con el inspector. Ni los árboles eran tan verdes como en casa, ni el cielo tan azul. Y ni hablar del río Sena. Olía a podrido y nadie en su sano juicio se bañaría ahí. La mente de Lilianne se llenaba de amargura por esto; en una ocasión, cuando volvió a casa (el cuarto de Courfeyrac), le comentó a Astin que lo único verdaderamente grande e impresionante eran las ratas, que eran del tamaño de un perro. Astin contestó que tal vez hubiera algo grande en los pantalones de los chicos parisinos, escandalizando a su amiga, mientras ella se reía a carcajada limpia.

Aquel día se había perdido, algo que sucedía más a menudo de lo que admitiría nunca. Había terminado en una plazoleta donde miles de mendigos pedían dinero a burgueses que paseaban por el lugar. En esos casos, agradecía su suerte. Tal vez no tuviera una vida de princesa ni nada por el estilo, pero gracias a Courf tenía un techo sobre su cabeza, comida en el estómago y aún mantenían sus ahorros, más la paga que recibía Astin trabajando en los establos donde habían vendido las monturas utilizadas en su viaje. Sin embargo, una burguesita rubia que caminaba del brazo de su papaíto no parecía entender eso. La seguía por todo el lugar, tendiéndole un puñado de monedas que Lilou no pensaba tomar. Aún tenía dignidad suficiente como para negarse a aceptar limosnas. Por fin logró perderla de vista metiéndose en un callejón. Ahí se encontró con un grupo de dudosa procedencia. Un matrimonio, cuatro hombres y dos chicas, cuchicheaban en la oscuridad. Cuando repararon en ella, se hizo el silencio, mientras Lilou notaba que se le hacía un nudo en el estómago al darse cuenta de que había entrado en la boca del lobo.

—Yo te conozco—sonrió el más joven de los hombres, que vestía chaqueta y sombrero de copa.

—No, en absoluto—se apresuró a contestar ella, asustada—. Debe de estar confundiéndome con otra persona.

—¡No, eres tú! ¡Eres la chica del caballo!—insistió acercándose con una siniestra sonrisa.

Mientras el peligroso grupo se acercaba, ella caminaba de espaldas, preguntándose cuales eran sus probabilidades de salir bien de esta movida en la que se había metido. Parecía poco probable que la gente de la plazoleta se arriesgara por ella, y tampoco llegaría muy lejos por su cuenta.

—¡Basta!—ordenó la mayor de las muchachas sorpresivamente—. ¡Es amiga mía! —A continuación, la tomó del brazo, sacándola de ahí mientras exclamaba—: ¡Qué alegría verte, chou!

La chica se llamaba Éponine Thénardier y era la hija mayor del jefe de la panda de delincuentes que casi le asaltaba, conocida como Patron-Minette. Esto no quitaba que la chica fuera graciosa, amable e inquieta. Congeniaron con facilidad. Lilou descubrió de qué le conocía el delincuente de sombrero de copa, llamado Montparnasse, y agradeció a Éponine por haberle salvado de sus garras una vez más.

El Lirio Y La EstrellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora