XI. Welcome to our sweet home, stranger.

5.1K 533 141
                                    

Capítulo 11.

Bienvenido a nuestro dulce hogar, extraño

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Bienvenido a nuestro dulce hogar, extraño.

El señor De la Fontaine estaba extrañamente callado aquel día, con su pie derecho golpeando sin cesar la oscura madera del suelo y una delicada copa de vino en mano, miraba la puerta desde uno de los sillones de la sala. La noche anterior había recibido una carta en la cual se informaba que el o la joven que pasaría las vacaciones con ellos llegaría en la tarde; la única pista sobre aquella persona era su edad, dieciséis años.

Arlette había salido aquel día a dar un paseo junto a un pequeño pastor alemán, propiedad de su vecina de catorce años, Alia. La niña y su familia habían tomado rumbo hacia Alemania aquellas Navidades, y dado que no podían llevar al pequeño Roy, la pelirroja se había ofrecido amablemente a cuidarlo; el frío era horrible, pero el animal había rasguñado las puerta innumerables veces para que la chica tomara la correa y salieran ambos.

Cerca de un pequeño manantial, a unas dos calles de distancia de ambas casas, el pequeño Roy comenzó a ladrar a los arbustos. Arlette se acercó cautelosa, tomando un palo en el trayecto, el perro ladraba más conforme la pelirroja se iba acercando. Arlette movió el arbusto con el palo. Un siseo se escuchó, Arlette retrocedió, el perro ladró. Una escamosa y larga figura pasó rápidamente entre ellos y desapareció entre los árboles. La chica, con la mano en el pecho, arrastró al perro en dirección a su casa. Juraría haber visto aquella cosa antes, y no le traía ningún buen recuerdo eso.

— ¡Llegué! —Avisó la joven mientras dejaba libre al fin al animal.

— ¡Por aquí! —La voz de su padre se escuchó desde la sala.

Arlette se dirigió al salón en donde su progenitor se hallaba, apenas reparó en la figura sentada al otro extremo del largo sillón.

— Padre, parece ser que Roy encontró algo cerca del manantial —explicó la pelirroja— Pareciera ser una especie de serpiente o algo así.

— ¿Serpiente? —interrogó su padre.

— Debe haber sido Nagini.

Arlette se congeló en mitad del salón. Pestañeó varias veces, intentando procesar lo que acababa de escuchar, la chica juraría que debía ser una alucinación suya. Con lentitud y rezando internamente, giró la cabeza.

Frente a ella, un cómodo y bien vestido Tom Riddle se encontraba sentado con una copa en la mano. Arlette palideció, aquello debía ser una maldita broma.

— ¿Q-qué hace él aquí? —balbuceó.

— Oh, el es Tom, —habló su padre como si nada— fue asignado a esta casa gracias al plan que quiso hacer tu...eh...madre.

El pelinegro se levantó, manteniendo su recta postura y le tendió la mano a la chica. Ella lo miró con una ceja alzada, pero al ver la mirada de su padre, decidió corresponder el saludo.

— Es un placer —habló el joven Riddle.

Arlette dudosa y sin fiarse de la supuesta amabilidad del joven decidió contestar con un simple «igualmente».

— Procura que Nagini no se acerque al perro —susurró una vez que su padre se había ido a la cocina a por más vino— o no será el único que salga dañado.

La pelirroja desapareció de la vista del joven, seguida por el pequeño perro.

Dos días habían pasado desde la llegada de Riddle a la Mansión De La Fontaine. En esos dos días, el chico se había comportado extrañamente educado y cercano a su padre, cosa que claramente tenía alarmada a su hija. Arlette conocía claramente como era Riddle, también sabía que cada vez que se veían, sus encuentros terminaban en peleas; extrañamente, eso no había sucedido. La pelirroja estaba alerta las veinticuatro horas del día, decir que se fiaba poco de Riddle era quedarse corto. También había escrito a Francesca el primer día que él llegó a la casa, su amiga le contestó al día siguiente, pareciera ser que la presencia de Tom en su casa sí que era motivo de rapidez.

Recordaba con perfección lo que Kuriel le había dicho, pero sobretodo recordaba una de aquellas frases: «podrá parecerte muy educado y que no pelee contigo frente a tu padre, pero recuerda quién es él, Arly. No bajes la guardia». Exagerada, pero probablemente acertada.

Obviamente aquellas palabras no la habían ayudado a tranquilizarse, ahora se pasaba a cada rato mirando en distintas direcciones. Incluso se podría decir que dormía con un ojo abierto. Tampoco dejaba al pequeño Roy a solas, no sabía cómo era Nagini y, con el tamaño que tenía, el perro era un simple aperitivo para ella.

La cena de Nochebuena se acercaba, y con ella la visita de su abuela, tíos y primos, quienes habían insistido en asistir para conocer al joven que se estaba alojando en la casa.

Arlette estaba lista, con un vestido azul agua marina largo, unos zapatos de tacón alto, su largo pelo recogido hacia un lado con una pequeña diadema plateada encima y un pequeño collar a juego con el vestido, regalo de su madre.

Bajó las escaleras, agarrándose de la barandilla, sus tacones resonaban en el fino y brillante mármol a cada paso que daba. Llegó al comedor, una larga mesa adornaba la estancia con distintos colores bastantes llamativos, su padre iba vestido de negro, bastante elegante diría ella. Le sonrió y fue a darle un abrazo. La pelirroja miró por encima del hombro y divisó a Tom, vestido parecido a su padre, salvo que su traje estaba algo más ceñido, marcando sus brazos y torso. Arlette aguantó la respiración.

«Si tan solo no fuera tan idiota».

La puerta sonó, indicando que lo invitados ya habían llegado, la chica suspiró profundamente.

Que fuera lo que Merlín quisiera.

Blood Queen ━ Tom Riddle Donde viven las historias. Descúbrelo ahora