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- No es posible - le dijo Lucho.

- No te estoy mintiendo - aseguró Tadeo. No parecía la clase de persona que jugaría una broma en un momento como aquel. - Acerquémonos.

Lucho sintió un escalofrío por la espalda.

Como instinto, giró la cabeza para saber si alguien estaba cerca de ellos. Si eran asesinados allí, ¿alguien los vería? ¿Los escucharía? O, lo más importante, ¿los ayudaría? Habían pocas personas alrededor. Era casi el horario de la cena y el descenso de temperatura no dejó demasiados turistas por las calles.

Caminaron hacia el alambrado y se detuvieron en el momento que él, ella o eso, se movió. Hizo un gesto con la cabeza, invitándolos a seguir su camino. Pero para eso, debían cruzar la alambrada y entrar en el terreno donde un cartel inmenso te decía claramente que no lo hagas.

- No vamos a entrar - repuso Lucho, mientras la figura seductora desaparecía.

- Si esto es cierto, las muertes de los turistas deben serlo - afirmó Tadeo. - No me voy a arriesgar.

- Tendríamos que haberlo filmado - se lamentó Lucho.

- Era una ella para mí - le recordó Tadeo.

- Tal vez con la lente de la cámara supiéramos qué era realmente - analizó Lucho.

- Lo recordaremos la próxima - dijo Tadeo. - Si lo volvemos a ver.

- ¿Y mientras tanto?

- Ruega que la gente respete el letrero - comentó Tadeo, señalando el cartel. - Por algún motivo, el área está contenida.

- Eso significa que el propietario sabe lo que sucede aquí - dedujo Lucho. - Sería cómplice de los homicidios.

No iban a entrar en el terreno, pero decidieron rodearlo, dirigiéndose más hacia el norte. El predio era enorme y el pueblo, poco a poco, comenzó a desaparecer, dando paso al bosque. Sólo tenían un camino de tierra por donde transitar.

El plan comenzó a volverse ridículo y Lucho estuvo a punto de pedirle a Tadeo que regresaran, cuando entonces vieron una vivienda.

- Una casa - dijo Tadeo, quien como si estuviera hipnotizado por la estructura, se dirigió a llamar a la puerta.

- ¿Llamaremos? - se alarmó Lucho. - ¿Qué le diremos? "¿Disculpe, señor? ¿Sabía que en su patio hay una sirena que asesina turistas?".

- ¿Quieres revelar el misterio o deseas que los demás nos traten de locos? - le preguntó Tadeo.

Lucho guardó silencio.

Obviamente una parte de él deseaba demostrar que no estuvo equivocado en ningún momento, pero otra parte, la más sensata y menos competitiva, no tenía antojos de morir.

Entre la puerta de la casa y la calle de tierra había tres metros de jardín delantero.

<<Estamos dentro del terreno>>, pensó Lucho, mirando como loco para todos los costados. <<Pueden matarnos ahora>>.

La puerta se abrió y una anciana apareció del otro lado. Sonreía como si estuviera encantada de recibir visitas.

- Niños, ¿en qué los puedo ayudar?

- ¿Es usted la dueña de este terreno? - preguntó Tadeo.

- Sí, pero no estoy interesada en venderlo - afirmó.

- Oh, no, no - se apresuró a decir Tadeo. - Es que vimos una chica guapa...

- ¿Y vienes a buscar a la chica guapa? - se preguntó la señora.

- El problema es que yo vi a un chico - se apresuró en agregar Lucho.

La anciana lo miró con seriedad un momento y luego se volvió para mirar a Tadeo. La sonrisa que tenía en su rostro desapareció por completo.

- Entonces vieron a la sirena - afirmó. 

La Zona Prohibida en la PlayaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora