Oscuras memorias

938 68 4
                                    

Notaba cómo se iba empapando el jersey de sangre; tenía poco tiempo.
Salí del despacho y busqué a mis compañeros con la mirada en la sala, que se comenzaba a llenar. Brook estaba al piano, Nami bailando, Sanji en la barra y de los demás no había rastro alguno. Me acerqué lo más rápido que pude a la pasarela y, tras llamar la atención de Nami, la dije que me iba a mi cuarto y que no se preocupase, que todo estaba "bien".
Sabía que no me creería, así que me tocaría echar el pestillo a la puerta esta noche para que no se colase.
No me malinterpreteis, es mi mejor amiga, pero hay cosas que no pueden saberse... por el bien del resto.
Una vez dejé mi recado, comencé mi camino a las habitaciones. Me crucé con Franky y me tensé al instante, pero iba cargado con una caja llena de piezas y no pudo entretenerse mucho, por no decir que no fue capaz de verme siquiera.

Llegué a la puerta de "Empleados" y me metí al largo pasillo al que daba lugar. Mi habitación era de las últimas.
Era el sótano del local; aunque no debía quejarme, tampoco era agradable dormir al lado de tus compañeros de trabajo; mucho menos de Sanji y de Franky, ya que cuando no se oían los gemidos de la habitación del cocinero, se oían cosas raras de la de Franky.
En fin...
Llegué a mi puerta y metí mi llave. Parecía un cerrojo sencillo, pero las apariencias suelen engañar. Franky me había echado una mano y lo había "perfeccionado". Únicamente entraría mi llave, pudiendo acceder los demás a mi habitación sólo si yo dejaba abierto. Tenía sus ventajas el tener a Franky cerca...

Nada más entré, cerré la puerta y dejé la llave cruzada, doble seguridad. Franky me había asegurado y jurado que era imposible abrirla, pero que tu compañera de curro hubiera abierto cajas fuertes te hacía tomar una serie de precauciones extra.

Permití a mi cuerpo escurrirse por el marco de la puerta, hasta llegar al suelo. Sabía que tenía que quitarme la ropa, ducharme y curarme esas heridas, claro que lo sabía; pero también tenía por seguro que hoy le había exigido demasiado a mi cuerpo, y que se merecía estos malogrados minutos.
Apoyé mi cabeza contra el mismo marco y cerré los ojos. Notaba el dolor, era como tener cientos de agujas en las terminaciones nerviosas, pero no podía permitirme el lujo de relajarme y ceder a él.
Con esfuerzo, me senté recta y me quité los tacones de una patada, respirando y moviendo mis dedos, por fin libres.
Me puse de pie y me desnudé.
La cintura de la falda había absorbido mucha sangre, y me iba a tocar bastantes lavados sacarla toda, pero al menos no dejó que escurriera por mis piernas. La parte de arriba... ya era arena de otro costal. La tendría que tirar.
Suspirando, resignada, la corté con unas tijeras y la metí en una bolsa de plástico, dejando preparada mi basura de prioridad para tirar al día siguiente en un contenedor muy lejano y al cuál no me viera llegar nadie conocido.

Agarrándome a las paredes y a la mampara, logré entrar en la ducha, metiéndome bajo el chorro caliente. Ahora sí que me permití soltar un quejido de dolor. Sabía que el agua caliente era buena, pero escocía, joder.
El suelo de la ducha se teñía de un rojo suave, mientras miraba obnubilada cómo el desagüe se "tragaba mis penas".
Permanecí con los brazos a ambos lados de mi cabeza, con las palmas apoyadas en la pared, sujetándome, durante un tiempo indefinido. Hasta que el dolor era un eco sordo; un preludio de lo que tocaba ahora.
Cerré la llave de la ducha y cogí un par de toallas. Esto iba a ser divertido.

Debajo del lavabo tenía un botiquín, mejor equipado de lo que parecía. Que tu jefe comerciase con drogas te permitía tener a mano algunas cosas que te hacían dormir como un bebé, además de quitarte el dolor en menos de dos minutos. ¿Lo malo? Eran inyectables. Pero no le vamos a pedir peras al olmo.

Mojé con alcohol y el "líquido azul" (creación de Chopper, que era un anestésico) varias vendas y compresas, y las fui colocando en las zonas peor paradas.
Una vez tuve cubierta la mayoría, llegó la hora feliz.
Saqué un estuche similar a los "botiquines de mano" de los diabéticos, desplegando a mi vista 8 jeringuillas con tapones de distintos colores, además de sus correspondientes recambios y dosis extras.
Quería la amarilla, que me induciría el sueño, quisiese o no, durante aproximadamente 6 horas.
Veía la jeringuilla con el tapón rojo... y me entraban escalofríos. Era la "Buster Call", como la llamaba Chopper; acababa con todo, literalmente. Era absolutamente necesario que sólo se usase en una situación de máxima emergencia e improbable salida. Además de no tener dosis extra. Era una única oportunidad. Una única reserva.

Fortune (Zorobin)  •ACABADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora