Ganarse un hueco.

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Las visitas a Doffy eran cada vez más continuas. Me pasaba allí horas, sentada en su salón con la mirada perdida. Veía como Baby 5 se apretaba una goma alrededor de su antebrazo para encontrar sus venas, y luego se introducía una jeringuilla. A los pocos minutos, podía estar, o bien en un mundo imaginario perfecto, o bien escupiendo espuma por la boca.
He visto muchas veces cómo han venido varios paramédicos a por ella, para intentar bajarle el contenido de droga en sangre.

Yo aún no me había inyectado nada. Doflamingo no confiaba aún en mí de esa forma, como pasaba con Baby 5.... aunque si ella seguía ese ritmo, llegaría un punto en el cuál ningún desfibrilador podría traerla de vuelta.

Esas horas que me pasaba allí comenzaron a convertirse en días. Mantenía el contacto con Luffy y Trafalgar, informándoles de todo lo que veía y escuchaba. Hubo un momento en el cual no aguanté más y tuve que ir a ver a Nami y a mi pequeño Chopper. Tras pasarse más de media hora increpándome mis "desapariciones" y mis faltas para con ellos, me deshice en llanto. Me salté la regla número uno, y les puse al tanto de lo que estábamos haciendo. Sabía que ellos no harían nada en contra de mi voluntad.
Nami, como si de mi hermana se tratase, me dio una charla sobre cómo dejar a una persona inconsciente de 15 maneras distintas; y mi pequeño Chopper.... le estuve abrazando todo el tiempo. No quería que llegara la situación, pero si se daba el caso, él sería quien debería de reanimarme. Asintió con sus preciosos ojitos llorosos, y nos dimos un beso de esquimal, rozando nuestras narices.

El tiempo pasaba y no se producían avances. Doflamingo me controlaba menos, ya que estaba supervisando una nueva creación con Caesar. Yo iba a diario a ver a mi gente. Obviamente, me cruzaba con Zoro, y me dolía el alma al verle. Seguía tan imponente como siempre. Me destruía el seguir actuando con indiferencia hacia él, pero era lo que debía hacer.

Un mes más tarde ocurrió lo que tanto me temía. Doflamingo me hizo llamar, y echó a todos los presentes de la habitación. La escena me resultaba familiar, pero no quería creerlo.
Comenzó a dar vueltas a mi alrededor, examinándome, lamiéndose los labios en varias ocasiones.
-Mi querida niña, creo que ha llegado el momento de que probemos algo. -Sin darme tiempo a reaccionar, enganchó mis muñecas con unas esposas, impidiéndome el uso de mis manos. Le miré asustada; estaba fuera de sí. -Ahora veré cómo de leal eres.

Me propinó una patada detrás de la rodilla que me hizo caer al suelo. Mientras tanto, observé cómo abría un cajón de una mesita que siempre tenía al lado de su asiento. Se acercó con una caja en la mano, y se abalanzó sobre mí. Sentándose sobre mi pecho, sacó una jeringa de esa cajita. Con una mano me apretó el brazo derecho, casi cortándome la circulación. Sabía de buena tinta que iba a dejarme moratones.
Mientras con la otra, tras examinar lentamente el brazo que mantenía apresado, hincó la jeringa en la vena que más clara vio.
Chillé al notar cómo un líquido que ardía se introducía en mi torrente sanguíneo. Comencé a convulsionar, y escuchaba a Doflamingo reír.
A los pocos segundos, mi cuerpo quedó laxo; sentía absolutamente todo, pero no podía realizar movimiento alguno, ni siquiera podía gritar.

Doflamingo se levantó orgulloso y me rodeó, colocándome a su gusto. Esa maldita sonrisa no se iba de su asquerosa cara.

-Ahora sí, jodida demonio.

Se colocó encima mía, de pie, poniendo sus pies a ambos lados de su cuerpo y me miró desde arriba.
Comenzó a quitarse la camisa, dejando su pecho al descubierto.
Mientras veía cómo él seguía desnudándose, intentaba gritar, patalear, agitarme aunque fuese.... Pero no emitía ni un sonido, ni producía movimiento alguno.

Fortune (Zorobin)  •ACABADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora