Pasado no pisado

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No quería sentir nada. No quería abrir mis ojos. No quería estar en este sitio, en esta situación. Me daba verdadero asco a mí misma. Había caído demasiado bajo.
Intentaba abstraerme de la realidad, visionando las caras de mis amigos en mi mente, sonriendo... Con Nami diciéndome los países que quería visitar, con Chopper contándome sus avances en investigación, con Sanji sonriendo mientras estaba tras los fogones, con Franky reparando el suelo del escenario, con Ussop contándome sus planes, con Brook preguntándome cosas eróticas... Todo lo cotidiano que quería mantener a salvo. Todo se centraba en ellos y en su bienestar. Esto era lo que me ayudaba a seguir adelante, a seguir respirando y a no vomitar encima de estos hombres.

Pero ni los mejores sueños evitan que te despiertes, al fin y al cabo.
Podía notar sus manos recorrer mi cuerpo, quitándome la ropa, su aliento baboso en mi cuello... Podía notar muchísimas cosas que pensé que no tendría que repetir, a menos que fuese necesario. Pero esto estaba más allá de lo justo, más allá de lo creíble, más allá de lo soportable.
No escuchaba sus palabras de aliento, ni los comentarios que compartían entre ellos sobre mí. No sentía cómo marcaban mi piel, ni cómo la mordían, buscando su placer.
Quería no sentir cómo era vulgarmente follada una vez más; primero por uno, y luego por el otro, alternándose e incluso compartiéndome. Quería no estar sintiendo cómo se corrían encima y dentro de mí. Quería que dejaran de agarrarme y de tirar de mi pelo para que les chupara la polla. No quería nada de esto.
Sin embargo, aquí estaba, de rodillas. Mientras ambos se erguían orgullosos, masturbándose como dos locos posesos.
Simplemente cerré mis ojos... Y a mi mente vino la imagen de Zoro. ¿Por qué él? No lo sé. Pero fue lo único que logró abstraerme lo suficiente para no coger una botella de licor de la mesa y partírsela en la cabeza.
Todo por ellos. Moriría por ellos.

Seguía de rodillas aún cuando ellos habían acabado y se habían vestido. Seguía de rodillas aún cuando ellos ya se habían ido de la habitación.
Miraba fijamente el suelo, sin ser apenas consciente del estado en el que me encontraba, aunque en el fondo sabía muy bien que era sólo cuestión de tiempo que acabara de romperme. Era como golpear un cristal rajado. Me iba llenando de grietas que sangraban y me iban ahogando.
No sé cuándo, ni por qué, pero me puse en pie. Cogí mi ropa y me cubrí con una sábana.
Salí a la sala. Me daba igual quién me viese. Estaban todos. TODOS.

Se me quedaron mirando, mientras yo pasaba con mi paso errático, manchada, humillada y apenas consciente de la realidad. Seguí andando, aunque oía lejanamente la voz de Nami. Noté que me pasaba un brazo por los hombros, y me estremecí, apartándome de ella. La miré con miedo. No quería que nadie me tocase. Nadie.
Nami se fue alejando con las manos sobre el pecho, mostrando sus intenciones de no tocarme, pero rogándome con la mirada que me dejara ayudar. La ignoré. No miré más allá de ella.
Seguí mi camino hasta el pasillo que llevaba a mi habitación.
Antes de siquiera abrir mi puerta, dejé caer la sábana que me cubría. No quería seguir tocando algo así.
Entré en mi habitación, sin molestarme en cerrar la puerta.
Entonces reaccioné. Corrí hasta el baño y vacíe todo el contenido de mi estómago. Mi boca estaba ácida, mi garganta escocía, y mi estómago me pedía seguir echando algo inexistente.
Tiré de la cadena y me puse de pie.
Pero las desgracias nunca vienen solas. Me vi en el espejo.
Nico Robin. Yo ya no era esa persona. Mis lágrimas comenzaron a caer sin percatarme yo de ello siquiera.
Comencé a llorar, a sollozar, a dejar salir todo lo que llevaba años guardando.
Grité. No sé cuánto tiempo fue, pero grité hasta que mis pulmones dolieron y de mi garganta no salía sonido alguno.
Me metí en la ducha, abriendo el agua al máximo, y poniéndola lo más caliente posible. Comencé a frotar. Frotaba y frotaba. Pero la suciedad no se iba. Los restos de ellos sí que se habían ido hace tiempo, pero no la mancha que habían dejado en mí.
Notaba aún sus dedos, su tacto; la esponja no ayudaba. Comencé a rascarme, intentando sacarme el recuerdo de debajo de la piel.
Mis brazos se llenaron de surcos rojos, al igual que mis uñas se llenaron de la piel que me iba arrancando.
Pero por más que apretaba no se iba.
Volví a llorar en alto, gritando con una voz que no parecía mía.

Alguien agarró mis manos. Era Nami. Me miraba y lloraba a su vez. Yo la miraba sin ser consciente de la realidad, la miraba sin verla.
Me solté de su agarre, y abrí un cajón del armario de mi lavabo. Saqué unas tijeras que tenía.
Oía de lejos que Nami chillaba un nombre, a la vez que intentaba sujetarme.
Pero yo tenía un objetivo fijo. Tenía que sacarme los restos de mi cuerpo.
Comencé a arañarme con la punta de las tijeras, provocando surcos más profundos que sangraban más que los anteriores.
Notaba el dolor, a la vez que un alivio me embargaba.
Seguí arañándome, con más fuerza cada vez. Nami me apretaba, me zarandeaba, a la vez que gritaba un nombre que yo no lograba escuchar con claridad.

Alguien llegó y apartó a Nami de mí. Gracias por ello.
A su vez, me arrancó de las manos mis tijeras, y le miré de forma colérica. ¿Quién era?¿Quién se creía para hacer eso?

Era Zoro. Me observaba con su ojo, examinándome.
Miré a mi alrededor, y vi cómo el plato de ducha estaba manchado de sangre, que escurría lentamente por mis brazos para acabar en él. Era un lento recorrido, relajante.
Vi a Nami, llorando, abrazada a Sanji. Luffy agarraba a Chopper, y Franky, Brook y Ussop no se creían la estampa que estaban presenciando. La gran Nico Robin, la impasible, la niña demonio, desquiciada. Rota. Quebrada.

Yo seguía mirándoles. Pero seguía sin verles. Volví mis ojos hacia Zoro, y sabía qué me iba a encontrar; odio, asco, repulsión, vergüenza.... No estaba preparada para ello.
Mis rodillas cedieron y me dejé caer hasta el suelo de la ducha. No caí sola. Zoro seguía agarrándome, mojándose a su vez con el agua ardiendo.

Miraba cómo la sangre escurría por mis brazos, lentamente. Me gustaba esa estampa. Me gustaba la sensación de calma que me embargaba. Mis ojos comenzaron a cerrarse, y escuché gritar el nombre de Chopper.

¿Por qué no me dejaban en paz? Me gustaba la calma en la que había logrado sumergirme. No quería salir de este estopor.
Noté que me cogían en brazos y me tapaban con una manta gorda. Vi el techo de mi habitación mientras me sacaban de allí. Veía las luces del pasillo moverse, mientras mi portador corría.
Me dejaron sobre una cama que no era la mía, y noté un pinchazo en el cuello. Lo último que vi fue la mirada de Zoro; una mirada que me daba miedo enfrentar, pero de la que no me di cuenta que caían lágrimas.

Fortune (Zorobin)  •ACABADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora