Medianoche

969 59 8
                                    

Robin despertó a las pocas horas, aunque intentó no hacerlo notar; pero conmigo eso no funcionaba.
A una persona como yo, que ha vivido a base de guardias y atento a cualquier ruido, no se le escapa ni el más mínimo movimiento.
Pasé toda la noche velándola. Sentado en una silla de mimbre que llevamos a la habitación de Robin, después de transportarla hasta allí con el suero puesto y sedada.
La observé, se podría decir, toda la noche. Veía cómo su pecho se hundía y se levantaba, al ritmo de su respiración; cómo apretaba los ojos ante un mal sueño, o cómo se removía buscando postura. Era inquieta hasta estando sedada.

Cuando despertó, lo hizo lentamente. Abrió los ojos, y movió lentamente la cabeza, examinando el lugar en el cuál se encontraba y si había alguien. Sólo cuando vio que estaba en su habitación y que parecía que yo estaba dormido, se permitió moverse.

-¿Qué tal tu sueño, bella durmiente?

Se sobresaltó. Y apuntó esos dos pozos azules hacia mí. Era como mirar a un depredador. Te capturaba con la mirada, sin pretenderlo siquiera.

-Se suponía que tú estabas dormido.
-Nunca debes suponer, pequeña.

No sé por qué la llamé así. Era mayor que yo, pero estaba tan indefensa, encajaba tan bien entre mis brazos....

-¿Por qué tengo los brazos vendados?
-¿Recuerdas algo de lo que pasó hace unas horas?

Su rostro se convirtió en una máscara impasible. Lo sentía mucho, pero había que abordar el tema como fuese.

-Sí.
-Entonces deberías saber la respuesta...
-Sólo sé que he caído más hondo de lo que me creí capaz alguna vez. - Apartó su mirada de mí. Vi cómo una lágrima traicionera recorría su mejilla. Me moría por levantarme y secársela, abrazarla y decirle que todo estaría bien. - ¿Es necesario que relate lo que pasó o te vale un breve resumen?
-Tú eliges, pequeña. - De nuevo ese mote. Me salía sólo. Iba a tener que pensar, aún más, antes de hablar.
-Fui al despacho a pedir explicaciones, y me acabaron ofreciendo un trato que no podía, ni debía, rechazar. Así que acepté. Tengo la palabra de Crocodile de que no les pasará nada a ninguno de mis compañeros. Lo siento, - volvió a enfrentarme cara a cara. - pero no os metí en el acuerdo. Supuse que vosotros teníais ya de por sí un trato especial. Además de que creo que seréis capaces de defenderos.

Me sonrió. A pesar de todo, me sonrió. Todos sabíamos que tenía que haber sido algo que implicara la salud y el bienestar futuro de sus compañeros; pero no pensamos que ella se entregaría así. Nuestro primer fallo fue no contarle la charla que tuvimos Luffy y yo con ellos. Aunque tampoco hubo ocasión... Tal vez esto se podría haber evitado.

-Por cierto, Zoro... Ya no es necesario que te quedes aquí. No se me va a ir la cabeza ni nada por el estilo. Así que, puedes irte. No tienes que seguir soportando mi presencia.
-Me quedé desde un primer momento porque quise. ¿Por qué debería irme ahora que estás consciente? Además, hay que curarte eso - señalé con la cabeza sus brazos. ¿Por qué pensaba que no me agradaba su compañía?
-Para eso tenemos un médico, llamado Chopper, que sabe desempeñar su trabajo mejor que nadie. Así que, de nada.

No entendía a esta mujer. Juro que no lo hacía. ¿Por qué se empeñaba en mantener a todo el mundo alejado de ella?

-Porque sólo causo daño a la gente de mi alrededor, Roronoa. Por eso mismo.

Mierda. Hablé en voz alta. Puto inútil.

-Yo no quería decir eso, es sólo que...
-Claro que querías. Seguro que te lo estabas preguntando desde el momento uno. Estoy segura de que Nami ya te habrá contado lo de Ohara. No la culpo... Bueno, un poco sí. Pero no es el caso. ¿Tú sabes lo que es una pandemia? ¿La peste? Pues yo soy eso. Todo lo que toco, acaba mal. Todas las personas a las que quiero acaban mal o muertas.
-Eso no pasará con nosotros, Robin. Debes confiar en mí. En todos.
-Mi madre me dijo, antes de irse, al igual que hizo Saul... Que viviera, que nunca estaría eternamente sola. - Agachó la cabeza - De verdad quiero creerles, pero no puedo. Se me hace inimaginable un futuro feliz. Al menos, para mí. Por ello debo procurárselo a los demás. - Ahora sí que me miró, y vi total determinación en sus ojos azules. - Y eso voy a hacer, aunque me cueste la vida y tenga que bajar al mismísimo infierno.

No pude detenerme. Fue un impulso. Me puse en pie de golpe y me acerqué a su cama. Ella me miraba desde abajo sorprendida por mis bruscas acciones. Lo leía en su expresión. Entonces fue cuando ocurrió. Me agaché hasta besar sus labios. Puedo asegurar que es lo más maravilloso que he podido hacer. Mejor que el sake caro. Mejor que las peleas a cuchillos. No hay comparación.
Noté cómo correspondió a mi beso. Y eso me encendió del todo. Comencé a besarla con más ansias, dejando salir todo el deseo que había ido acumulando cada vez que la había visto.
Ella seguía mi ritmo, incluso podría decir que marcaba uno más rápido.
Me agarró de los brazos y me tiró sobre ella; acoplándome sobre su diminuto cuerpo. Me agarró de la nuca con una mano, mientras con la otra me tocaba la mejilla.
Era salvaje, caliente, pero a la vez tierno.
No tierno en plan... Vídeo de gatitos; si no tierno como ver un atardecer. Como los recuerdos bonitos de la infancia.
Me separé de sus labios y comencé a besarle la mandíbula, bajando por su cuello hasta llegar a su clavícula. Robin gemía a mi paso. Y eso sólo hacía que calentarme más.
Adoraba el sabor de su piel. Era algo exótico, que se mezclaba con su olor, con sus gemidos, con los tirones de pelo que me daba, con sus dedos acariciando mi cara... Era toda ella. Y me estaba enganchando.
Ahí caí en la cuenta. Me estaba enganchando a Nico Robin. Me estaba enganchando a una persona. Estaba creando una debilidad por voluntad propia.
Actué como un resorte y me aparté de ella bruscamente.
Me miraba sorprendida, aunque lograba ver cómo el dolor se abría paso en el azul de sus ojos, trayendo ese color tormentoso que tanto comenzaba a conocer.

-Vete. Sal de aquí. No pienso preguntarte por qué lo has hecho, porque yo también quería; pero no quiero oír tus motivos.
-Robin... No es lo que imaginas...
-Que te vayas.

Se giró en la cama y me dio la espalda, tumbándose de lado. Su cuerpo comenzó a estremecerse, y supe que estaba llorando. De nuevo, llorando. Por mí culpa. La había hecho daño, pero no podía permitirme distracciones en estos momentos. Teníamos una red de cárteres que desmantelar, y a muchos inocentes que salvar. No podía andar perdiendo la cabeza por una mujer. No podía volverme débil.

Salí de la habitación, cerrando la puerta tras de mí.
Todo estaba siendo demasiado confuso. Y no me gustaba.

Fortune (Zorobin)  •ACABADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora