Amal.- Pues oye, ayer conocí a uno que está entonces tan loco como
yo...
Madav.- ¡Dios santo! ¿De veras?
¿Quién?
Amal.- ...Llevaba un palo de bambú al hombro, con un lío en la punta, y
llevaba un perol en las mano, y tenía puestas unas botas más viejas...
Iba, camino de los montes, por aquel prado que está allí... Y yo le grité:
“?Dónde vas?” Él contestó: “Qué sé yo, no sé, a cualquier parte...” Y yo
le pregunté otra vez: “?Por qué te vas?” Y me dijo:
“Voy a buscar trabajo...” Tío, di, ¿tú no tienes que buscar trabajo?
Madav.- ¡Claro que sí! Hay mucha jente que busca trabajo por ahí...
Amal.- ¡Qué gusto! Pues yo me voy a ir también por ahí a buscar cosas
que hacer...
Madav.- Pon que no encuentres nada.
¿Entonces?
Amal.- ¡Eso sí que sería divertido!
Pues entonces iría más lejos todavía... Tío, yo estuve mirando mucho
tiempo a aquel hombre que se iba, despacio, despacio, con sus botas
viejas... Cuando llegó a ese sitio por donde el arroyo pasa debajo de la
higuera, se puso a lavarse los pies... Luego, sacó de su lío una poca de
harina de grama, le echaba un chorrito de agua, y se la comía... Luego,
ató su lío y se lo cargó otra vez al hombro; se recojió el faldón hasta la
rodilla, y pasó el arroyo... Ya le he dicho yo a tita que me tiene que dejar
ir al arroyo a comerme mi harina de grama, como él...
Madav.- ¿Y qué te ha dicho tita?
Amal.- Me dijo: “Ponte bueno, y entonces te llevaré al arroyo...” Di tú,
¿cuándo voy a ponerme bueno?