El guarda.- ¿Qué quieres?
Amal.- ¿Qué hay en esa casa grande del otro lado del camino, que tiene
arriba, volando, una bandera? Entra y sale más jente, más jente...
El guarda.- ¡Ah! Es el Correo nuevo...
Amal.- ¿El Correo nuevo? ¿Y de quién es?
El guarda.- ¿Pues de quién ha de ser? Del Rey...
Amal.- Y entonces, ¿vienen cartas del Rey aquí, a su Correo nuevo?
El guarda.- Claro está. El día menos pensado hay una carta para ti.
Amal.- ¿Para mí? Si yo soy un niño chico...
El guarda.- Sí; pero es que el Rey también escribe cartitas a los niños
chicos.
Amal.- ¡Qué bien! Y ¿cuándo recibiré yo mi carta, di? ¿Quién te lo dijo a
ti, guarda?
El guarda.- Si no, ¿para qué iría a poner el Rey su Correo frente a tu
ventana abierta, con su bandera amarilla volando?
Amal.- Pero, ¿quién va a traerme la carta de mi Rey, cuando me escriba?
El guarda.- El Rey tiene muchos carteros... ¿Tú no los ves cómo corren
por ahí? Unos que llevan un redondel dorado en el pecho...
Amal.- ¿Y adónde van, di?
El guarda.- Pues a todas partes...
Amal.- ¡Ay, qué bien! ¡Yo voy a ser cartero del Rey cuando sea grande!
El guarda (riéndose).- ¡Qué ocurrencia! ¡Cartero! ¿Pero tú sabes lo que
dices? Que llueva o que haga sol, al rico y al pobre, de puerta en puerta, cartas y más cartas, siempre, siempre, siempre... ¡Vamos! ¡Que creerás
tú que eso no es trabajo!
Amal.- ¡Ya lo creo que es! ¡Cómo me gustaría! ¿Por qué te ríes? ¡Si ya sé
yo que tú también trabajas mucho!... Cuando, al mediodía, hace tanto
calor, y no se oye nada, tu gongo suena: Don, don, don... Y algunas veces
que me despierto de pronto, por la noche, y que se ha apagado la
mariposa, oigo en la oscuridad tu gongo, muy despacito:
Don, don, don...
El guarda.- ¡Ahí viene el jefe! Me voy, que si llega a cojerme hablando
contigo, para qué quiero más...
Amal.- ¿El jefe? ¿Dónde?
El guarda.- Ya está aquí, míralo.
¿No ves ese quitasol grande de palma, que parece que viene saltando?
Ése.
Amal.- Será que el Rey le ha dicho que sea jefe de aquí, ¿no?
El guarda.- El Rey... ¡No!... ¡Es un tío fastidioso! ¡No le gusta más que
molestar! Si vieras... Hace todo lo que puede por ser desagradable, y no
hay quien lo pueda ver.
Eso es lo que les gusta a los que son como él, jeringar a todo el
mundo... Bueno, me voy. ¡Fuera pereza! Ya me dejaré caer por aquí
mañana temprano y te contaré todo lo que pase por el pueblo... (Sale).