Escena tercera
(Amal y el viejo)
Amal.- Oye, faquir, ahora que se ha ido mi tío; ¿no habrá venido al
Correo nuevo una carta del Rey para mí?
El viejo.- La carta sé yo que ha salido ya del palacio; pero todavía viene
de camino.
Amal.- ¿De camino? ¿Y por dónde vendrá? ¿Vendrá por esa veredita que
viene dando vueltas entre los árboles?; la veredita esa que se ve hasta lo
último del campo, cuando sale el sol después de llover...
El viejo.- Por ahí, por ahí viene.
¿Cómo lo sabías tú?
Amal.- Sí; todo lo sé.
El viejo.- Ya lo estoy viendo; pero, ¿cómo lo has sabido?
Amal.- Pues no sé cómo; pero lo veo tan clarito... Me parece que lo he
visto muchas veces en unos días que pasaron hace ya mucho tiempo...
No sé cuánto... ¿Sabes tú cuánto?, di... ¡Si vieras qué bien lo veo todo! El
cartero del Rey viene bajando la cuesta del monte, solo, con un farol en
la mano izquierda y un saco muy grande, lleno de cartas, en la espalda...
Viene bajando, bajando, ¡hace ya mucho tiempo!, sin descansar,
¡muchos días, muchas noches!, y cuando va llegando a aquel sitio de la
montaña donde la cascada es ya el arroyo, coje por la orilla y sigue, sigue
andando entre el centeno... Luego, entra en el cañaveral, por ese
callejón estrecho que hay entre las cañas de azúcar, esas tan altas;... y no
se ve...
Luego, sale a la pradera grande, donde cantan los grillos... Mira, no hay
nadie más que él; sólo las perdices, picoteando en el barro y meneando
la cola... Lo siento venir más cerca, más cerca cada vez...
¡Estoy más contento!