Escena sexta
(Amal y el guarda)
El guarda (entrando).- Pero, ¿qué escándalo es éste? ¿No me tienes
miedo a mí?
Amal.- ¿Yo? ¿Por qué voy a tenerte miedo?
El guarda.- ¡A que te llevo preso!
Amal.- ¿Adónde me llevarías, di?
¿Muy lejos? ¿Más allá de esos montes?
El guarda.- Me parece que a quien voy a llevarte es al Rey.
Amal.- ¡El Rey! Sí, sí, llévame, ¿quieres? Pero el médico no me deja
salir... ¡Nunca puede nadie llevarme!... ¡Todo el santo día tengo que
estar aquí sentado!
El guarda.- ¿No te deja el médico, verdad? ¡Pobrecillo! Sí que estás
descolorido; y ¡qué ojeras tan negras tienes, hijo mío! ¡Cómo te resaltan
las venas en las manos tan delgaditas!
Amal.- ¿Quieres tocar el gongo, guarda?
El guarda.- Después, que todavía no es tiempo.
Amal.- ¡Qué raro! Unos dicen que el tiempo no ha venido y otros que el
tiempo ha pasado. Pero yo estoy seguro que si tocas el gongo será el
tiempo.
El guarda.- No, hombre; eso no puede ser; yo no puedo tocar el gongo
sino cuando es el tiempo.
Amal.- Sí; y ¡cómo me gusta oír el gongo! Al mediodía, cuando acabamos
de comer, mi tío se va al trabajo, y mi tita se duerme leyendo su Ramayana; y el perro, con el hocico metido en su rabo enroscado, se
echa a la sombra de la pared... Entonces tu gongo suena: ¡Don, don,
don!...
Di, ¿por qué tocas tu gongo?
El guarda.- Pues lo toco para decirles a todos que el tiempo no se espera,
sino que está siempre andando...
Amal.- ¿Y adónde, a qué pueblo va el tiempo, di?
El guarda.- ¡Eso sí que no lo sabe nadie!
Amal.- Entonces será que nadie ha estado allí nunca... ¡cómo me gustaría
a mí irme con el tiempo a ese país que nadie ha visto!
El guarda.- Todos tenemos que ir allí algún día, hijo.
Amal.- ¿Y yo también?
El guarda.- Sí; tú también...
Amal.- Pero como el médico no me deja salir...
El guarda.- Quizás él mismo te lleve de la mano algún día...
Amal.- ¡No, no lo hará, estoy seguro! ¡Tú no lo conoces! ¡Si tú vieras; no
quiere más que tenerme aquí encerrado!
El guarda.- Pero hay uno más grande que él, y viene, y nos abre la
puerta...
Amal.- Pues que venga ya por mí ese gran médico, y me saque de aquí,
¡que ya no puedo más!
El guarda.- No debías decir eso, hijo...
Amal.- Bueno, no lo digo, Aquí me estaré, donde me han puesto, y no me
moveré ni un poquito. Pero cuando tocas tu gongo: Don, don, don. ¡me
da una cosa!... Di, guarda...