Amal.- ¡Yo os daré todos mis juguetes! ¡Sí, ya está; tened mis juguetes!
Yo no puedo jugar solo, y se están empolvando; ¿para qué los quiero yo?
Chiquillos.- ¡Ay, qué juguetes tan bonitos! ¡Un barco! ¡Aquí está la
abuela Yatai! ¡Qué cipayo tan precioso! Y ¿nos los vas a dar todos?
¿No te importa dárnoslos?
Amal.- No, no, tenedlos; yo, ¿para qué los quiero?
Chiquillos.- ¿No los querrás ya nunca más?
Amal.- No, no; para vosotros. A mí no me sirven para nada.
Chiquillos.- ¡Mira que van a reñirte!
Amal.- No, no me riñe nadie. Pero, ¿vais a venir a jugar con ellos delante
de mi puerta, todas las mañanas?... Cuando se rompan, yo os daré
otros...
Chiquillos.- Pues ¿no hemos de venir? ¡Vamos a jugar a la guerra!
¡Poned en fila estos cipayos!
¿Dónde habrá un fusil? Esta caña sirve... Pero, ¿ya te estás durmiendo?
Amal.- Me parece que me está dando sueño... ¡Qué sé yo! Muchas veces
me pasa. Como estoy siempre sentado, me canso; y luego, me duele
tanto la espalda...
Chiquillos.- ¡Pero si no es más que mediodía!... ¡No te duermas, hombre!
Oye el gongo; ahora está dando la primera vela...
Amal.- Sí... Don, don, don... ¡Qué sueño tengo!
Chiquillos.- Pues entonces, mejor será que nos vayamos, y mañana por la
mañana volveremos.