Amal.- ¡Cojes flores! ¡Por eso tienes tan alegres los pies, y tus ajorcas
cantan tan contentas cuando vas andando! ¡Quién pudiera irse por ahí,
como tú!... Yo te cojería flores de las ramas más altas, que ya no se ven...
Sada.- ¿De veras? ¿A que no sabes tú tantas cosas de las flores como yo?
Amal.- Sí, tanto como tú. Sé todo lo de Champaca, el del cuento de
hadas, y sus siete hermanos. Y si me dejaran un momentito siquiera, me
iría corriendo al bosque aquel tan grande, y me perdería; y en aquel sitio
en donde el colibrí que chupa la miel se mece en la punta de su ramita,
me abriría yo como una flor de champaca... ¿Quieres tú ser mi hermana
Parul?
Sada.- ¡Qué tontísimo eres! ¿Cómo voy yo a ser tu hermana Parul, si yo
soy Sada, y mi madre es Sasi, la que vende flores? ¡Si supieras tú las
biznagas que tengo que hacer todos los días!... ¡Ay! ¡Que no me iba a
divertir yo si pudiera estarme aquí sin hacer nada, como tú!
Amal.- ¿Y qué ibas a hacer en todo el día, tan largo?
Sada.- ¡Pues poco que iba yo a jugar con mi muñeca Beney, la novia, y
con la gata Meni, y con...! Pero mira, es muy tarde, y no puedo
quedarme más; que si no, me voy a volver sin una flor.
Amal.- ¡Espérate otro poquito, anda, que estoy tan bien contigo!
Sada.- ¡No seas así! Si eres bueno y te estás aquí quietecito, cuando
vuelva yo con las flores, me pararé a hablar contigo.
Amal.- ¿Y me vas a traer una flor?
Sada.- ¡No puedo!... Tienen que comprarse...
Amal.- Yo te la pagaré cuando sea grande, antes de irme a buscar trabajo
más allá de aquel arroyo que está allí...
Sada.- Bueno.
Amal.- Di, ¿vas a volver, cuando hayas cojido las flores?