Madav.- Me das pena, hijo, siempre pensando en irte...
Amal.- Oye, faquir, ¿cómo es la Isla de los Loros?
El viejo.- Pues es la tierra de las maravillas. Allí viven todos los pájaros
del mundo, y no hay un hombre siquiera; y no creas tú que se habla allí
ni se anda; sólo cantar y volar.
Amal.- ¡Qué hermosura! ¿Y hay algún mar allí junto?
El viejo.- ¡Claro!, la Isla está en medio del mar...
Amal.- ¡Y habrá unos montes muy verdes!...
El viejo.- Toda la Isla está llena de montes verdes. Y cuando va a ponerse
el sol, y las laderas, rojas, resplandecen, los pájaros vuelven en
bandadas, volando con sus alas verdes, a sus nidos.
Amal.- ¿Y hay cascadas?
El viejo.- ¡Pues no ha de haberlas!
Todos los montes tienen su cascada; y parecen de diamantes
derretidos.
¡Si tú vieras lo que juega el agua, y cómo cantan las piedras con ella
cuando se echa al mar, saltando!
¡Al agua sí que no la para ningún diantre de médico!... Sigo; los pájaros
me miraban como miran a los hombres. Ya tú ves, ¡como nosotros no
tenemos alas!... Y no querían nada conmigo... Si no fuera por eso, yo te
aseguro que me haría una choza entre los nidos y me pasaría allí mi vida
contando las olas del mar.
Amal.- ¡Ay, si yo fuese pájaro! Entonces...
El viejo.- Pero eso ya no podría ser, Amal. A mí me han dicho que tú le
has hablado al lechero para vender quesitos con él, cuando seas mayor; y como a los pájaros no les gustan los quesitos, me parece que te saldría
mal tu negocio...
Madav.- ¡Vamos, me vais a volver loco entre los dos! ¡No puedo con
vosotros! ¡Me voy!
Amal.- ...Tío, ¿vino el lechero?
Madav.- ¿Pues querías que no viniera? Él no se romperá la cabeza entre
los nidos de la Isla de los Loros, llevando recados a tu faquir favorito;
pero ha dejado una lata de quesitos para ti, y me ha dicho que te diga
que no ha podido detenerse más porque como se casa su sobrina, tenía
que ir a Kamlipara por la banda de música.
Amal.- ¡Si me iba a casar a mí con su sobrinita!
El viejo.- ¡Dios del cielo! ¡Pues buena la hemos hecho!
Amal.- ...Me dijo a mí que ella iba a ser mi novia chiquitita, y que iba a
estar tan linda con sus zarcillos de perlas en las orejas y vestida con un
preciosísimo sari grana... Y al amanecer, ella ordeñaría con sus propias
manos la vaca negra, y me traería la leche calentita, toda llena de
espuma, en un cantarillo nuevo, para que yo me la bebiera. Y cuando
oscureciese, iría ella al establo con la lámpara, a dar una vuelta... Y luego
vendría y se sentaría a mi lado a contarme el cuento de Champaca y sus
siete hermanos...
El viejo.- ¡Qué bien! La verdad es que, aunque soy un faquir, ¡me están
dando unas tentaciones!... ¡Pero no te importe a ti que se case la sobrina
del lechero! ¡Déjalo! ¡Lo que te sobrarán serán sobrinas del lechero
cuando tú vayas a casarte!
Madav.- ¡Cállate de una vez! ¡No puedo oírte con calma! (Sale).