Madav.- El dinero, antes era como un vicio para mí. Trabajaba por
avaricia. Ahora, como sé que es para este niño, que quiero tanto, ¡lo
gano con una alegría...!
El viejo.- Bueno, bueno; y ¿dónde encontraste ese niño?
Madav.- Es hijo de un hombre que era hermano de leche de mi mujer. Su
madre murió poco después de nacer él, y no hace mucho se quedó
también sin padre...
El viejo.- ¡Pobrecillo! Así le hago yo más falta...
Madav.- El médico dice que no hay parte sana en su cuerpecito, y que no
tiene esperanza de que viva.
Dice que lo único que hay que hacer es guardarlo de este viento del
otoño y de este sol... ¡Pero tú eres el demonio!... ¡Cuidado con tu manía
de irte por ahí, a tus años, con los chiquillos!
El viejo.- ¡Bendito Dios! ¿Conque tan malo como el viento y el sol del
otoño, eh? ¡Pues también sé hacer que se estén los niños quietecitos en
casa, amigo!... Esta tarde, cuando acabe el trabajo, me vendré por aquí a
jugar con tu niño...
(Sale).