capítulo 3

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Se removió en su sitio sitiendo un extraño vació a su alrededor, como si repentinamente el sol hubiese sido apagado dando paso a ese tipo de frio invernal que es capaz de colarse bajo la piel a pesar de estar perfectamente abrigada, ese que podría ser fácilmente compararble con la soledad o la perdida, sentimientos con los que había lidiado antes y conocía de sobra.

Abrió los ojos con pesadez, le parecía que había dormido una eternidad y posiblemente así era, el sol ya brillaba con bastante fuerza por lo que debía ser como mínimo media mañana, y no era para menos, la noche anterior había resultado ser tan... novedosa, que aún se sentía como dentro de un sueño, uno del que claramente ya debía despertar y seguir su camino, no necesitaba perder más tiempo, ni enredarse más en los recuerdos que incluían a Lord Gabriel Cavinish como digno protagonista de su tragedia personal.

Como su nana, Meredith, siempre le dijo, los hombres como él, solo podían llevar ruina y vergüenza a una señorita de su posición, ofreciendo únicamente acambió una noche mágica que tenía el elevado precio de una vida en el ostracismo, cosa que ella necesitaba de manera inherente para salir de ese compromiso que por supuesto, no quería y ya no era capaz de honrrar, no podía ofrecerle a Lord Manchester virtud alguna, estaba arruinada y por muy amigos que fueran con su padre dudaba seriamente que pasará por alto una falta de ese tamaño.

Como imaginó esa mañana estaba sola en la habiatación sin más compañía que su misma conciencia, manchada por su imprudencia y un hambre voraz que no iba a poder satifacer hasta llegar a Londres casi por la noche, si su tía veía a bien recibirla en su casa claro estaba, esa debía ser su única meta y preocupación, sin embargo se descubrió a si misma acariciando el vacío que su compañero de una noche dejó en la cama y mas asombrosamente se permtió recordarlo como si quisiera guardar cada detalle dentro de su memoria: La manera en la que la llamaba encanto, la forma tan propia de sonreir solo de medio lado, sus ojos tan brillantes que parecían tener luz propia y su cuerpo atlético diseñado para el pecado. Quizá resultaba masoquista extrañarlo o pensar que iba a permanecer a su lado y que contra todo pronóstico la iba a sacar de esa situación de la única forma posible: cansandose con ella, pero como siempre esa era la realidad y no uno de esos cuentos de los que Meredith solía contarle cuando era una niña, no existían príncipes azules en blancos corseles, castillos, ni hadas madrinas.

-Esta fue la habitación en la que acomodé a un viajero, lo juro, no he visto ninguna señorita- escuchó la voz temblorosa del muchacho que la atendió la noche anterior acompañada de una serie de pasos, haciendola entrar en alerta al instante.

¿Sería capaz Cavinish de delatarla?

-Eso es imposible muchacho yo mismo acomodé a Lord Cavish en esta habitación, como entenderá milord, no puedo importunar...

-Me da exactamente igual, pagaré muy bien por su silencio si existe la posibilidad que me hija se encuentre dentro yo debo entrar- masculló la voz de su padre, tan llena de irá que supo que no existía salvación posible para ella. Conocía tan bien esa faceta de su progenitor que ya podía visualizar como apretaba los puños y escupía de más mientras hablaba, atragantadose con su propia rabia.

Ese era su final, esa misma tarde estaba segura la arrastraría a la Vicaria de ser necesario, para hacer honor a su palabra y cuando su esposo la rechazara por no conservar su virtud, sería su mimso padre quien se encargaría de poner punto y final a su lúgubre existencia.

Después de varios minutos en lo que pareciá estaban en una discusión, la puerta al fin se abrió dando paso a la imponente figura de su verdugo, que ironicamente compartía su misma sangre, no estaba vestido tan pulcramente como de costumbre pero aun así podía percibir esos vulgares aires de grandeza, que lo acompañaban siempre haciendo juego con su expresión agría y ceño fruncido.

Escapando Al Amor [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora