Capítulo 7

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Mitchel se observó en el espejo, los días encerrado en casa empezaban a pasarle factura, fácilmente adquiría ese tono pálido ceniciento, era satisfactoriamente enfermizo.

El teléfono estaba vibrando de nuevo sobre la cama, era ella. No muchas personas solían contactarlo cuando dejaba claro en su contestadora que no estaba para nadie, sabían que sería inútil.

Había escuchado el mensaje de su tía, claro que lo había hecho. Pero como con el Caso del Dr Jekyll y Hyde*, en ese momento no era él mismo. No le importaba, necesitaba castigarse aún más, privarse de la luz del sol, de la risa casual de las personas, esas que envidiaba y que lo hacían sentir frío y cálido al mismo tiempo.

Nada que fuera lo suficientemente alarmante, pequeñas torturas, que le permitieran seguir en —lo que sospechaba era— un camino sin retorno a la locura.

Sí, necesitaba aferrarse a ese desprecio en su interior, porque quería ir allí y seguir observando secretamente a ese tipo, porque había sentido lo que había sentido cuando lo había tocado, porque anhelaba y odiaba los pensamientos que le hacía tener.

Abrió el frasco en su mano y desplegó las pastillas restantes, no era la alacena o la nevera lo que veía con preocupación a medida que se iba vaciando. No. Eran esas pastillas, en el día podía mantener su mente lejos de sus escandalosas fantasías, aunque no sin esfuerzo. Pero la noche, era un gran problema. La oscuridad lo alentaba, el silencio lo alentaba, el roce de sus sábanas lo alentaba.

Dependía de esas pastillas para enviar a volar todo lejos. Nubes, estrellas fugaces y cometas llevándose sus pesados pecados.

Y no quedaban muchas, solo cinco.

Tenía cinco días más para auto reflexionar, renunciar, ir a comprar más pastillas y buscar un nuevo proyecto en el que enfocar su ansiedad, o caería demasiado rápido y su tía no dudaría en intervenir.

No le faltaba dinero a pesar de que había estado rechazando los trabajos que le habían ofrecido recientemente, no tenía cabeza para nada más. Temía que si intentaba hacer alguna ilustración libre terminaría esbozandolo a él. Ya lo había hecho. Había inmortalizado en el papel esos ojos negros aterradores que parecían gritar "Ven a mí", ese cabello rojizo que insinuaba que era tan astuto como... un zorro, esas pecas que parecían titilar invitándolo a descubrir su rastro, esa boca que siempre parecía estar conteniendo un pícaro secreto, ese levantar de cejas engreído y malicioso.

Lo había hecho y lo había destruido.

Cada vez estaba más seguro. Si el demonio existía, estaba seguro de que su apariencia física se semejaría a él, mínimo tendría ciertas características de Jannik; Pelirrojo, pecas y ojos negros.

Llegado a ese punto, nunca antes había necesitado tanto que alguien le recordara lo equivocado que estaba, quizás era hora de visitar a sus padres. De empaparse en el fracaso que representaba, en la vergüenza que quería ser escondida a toda costa. Su esencia era un pequeño sucio secreto para otros y algo retorcido y anormal para sí mismo.

El sonido del timbre no le hizo inmutarse, después de ese mensaje que había dejado en su buzón sabía que se acercaba una visita de Alma, aunque aún era temprano para ella. Podía elegir no abrir, pero no quería acabar sus oportunidades.

Como su psiquiatra le concedía llevar a cabo tres intransigencias antes de inmiscuirse, no contestar sus llamadas era una, no abrirle la puerta sería la segunda... Ya serían dos. Necesitaba más tiempo.

Si la aliviaba ahora, su contador podía regresar a cero, podría respirar ese aire vicioso en el que se cocinaba por más tiempo.

Despeinó su cabello para dar la impresión de haber estado descansando, luego se dio cuenta que era innecesario, no era como si estuviese muy arreglado, y abrió la puerta.

La excepción a la reglaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora