Epílogo

289 32 27
                                    

Mitchel se paró frente a la puerta, inhaló y exhaló.

«No puedo creer que esté haciendo una estupidez como esta... es algo que haría un mocoso calenturiento y depravado», negó en su mente.

— Ya confirmaste que Alma está doblándose como un pretzel* en algún lugar del este de la ciudad, esa es una larga distancia. La casa está vacía, ni siquiera hay un gato que nos mire acusadoramente. No tienes por qué estar nervioso – Aseguró Jannik murmurándole al oído, como el diablito malvado que hace de "conciencia" en las caricaturas — Y me lo prometiste. No eres alguien que no cumple con su palabra – Agregó con voz azucarada.

— Claro que voy a estar nervioso, porque de igual forma es allanamiento de morada – Se quejó Mitchel cubriendo su oreja para que su aliento no le hiciera cosquillas.

— Eres su sobrino... no estás entrando con intenciones delictivas, no hay problema – Jannik siguió tranquilizándole.

— No serán delictivas, pero tampoco son de lo más bienintencionadas – Renegó Mitchel angustiado, en ese mismo momento el sistema electrónico les dio acceso y ellos se abrieron paso antes de ser vistos por terceros.

— Cariño... Yo te aseguro que mis intenciones son de lo más humanas y afectuosas – Jannik le dijo atrapándolo desde atrás, terminando de cerrar la puerta con el pie. Su lengua ya estaba deslizándose por la curva de su oreja y sus manos estaban debajo de la ropa de Mitchel, subiendo por el abdomen.

— Por Dios, siquiera deja que lleguemos al consultorio – Resopló el pelinegro tratando de avanzar.

— Pero... estoy caliente – Jannik murmuró, dejando besos por parte de su cuello y nuca.

— Tu siempre estas así, ardiendo, como si te hubiesen privado de sexo durante toda tu vida anterior – Señaló Mitchel, intentando mantener la cordura ante el ataque de Jannik.

— Para tu placer e infinita suerte... – Contestó sinvergüenza, pellizcando una de sus tetillas y apretando el miembro de Mitchel sobre el pantalón.

— Por amor de Dios, compórtate por unos segundos – Mitchel jadeó sin poder evitar arquearse ante su toque.

— No vine aquí a comportarme amor mío y tú tampoco, no te pongas puritano – Jannik dejó en claro, soltándolo de improviso. Lo rodeó, acarició su rostro dulcemente y le hizo señas para que lo siguiera a su destino.

El pelirrojo abrió la puerta de la oficina y moviéndose al ritmo de una canción que solo él podía escuchar, se quitó la camisa provocativamente. Pasando saliva Mitchel también se quitó la suya. Jannik lo alcanzó y comenzó a besarlo apasionadamente, con una mano afianzada en el nacimiento de sus glúteos y la otra en la cabeza del pelinegro para controlar la intensidad del beso. Tragándose las respiraciones aceleradas del otro abrieron cinturones y desabotonaron pantalones, mientras besaban y lamían cada parte del cuerpo al alcance del otro, un deslizar húmedo y cálido en una clavícula, en un pectoral.

Jannik empezó a bajar, mordisqueando.

— No hay tiempo para eso – Lo detuvo Mitchel.

- Siempre hay tiempo para... - Jannik empezó a terciar.

- No, yo... te quiero ahora – Dijo Mitchel, sus orejas brillando como un semáforo en rojo.

Jannik sonrió de lado, lamió sus propios labios y mordisqueó su cadera.

Mitchel apretó su cabello en un puño y le dio una mirada de advertencia.

— Me encanta cuando me muestras cuánto lo quieres, cuanto me necesitas. Es extraordinariamente erótico cariño ¿Te lo había dicho? – Jannik indicó quitándose la ropa interior, rodeándolo de nuevo mientras se ponía el condón, besando su espalda a la altura del omoplato, arrastrando sus dientes por su hombro.

La excepción a la reglaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora