Capítulo 20

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Dos días después.

'No podré ir hoy, agradecería que le avisaras a los padres de los chicos que la actividad será cancelada hoy', Mitchel le avisó a Jannik por un mensaje de texto.

Jannik se sintió decepcionado, había estado haciendo cuenta regresiva esperando verlo atravesar las puertas de la biblioteca, con esa actitud seria y ese aspecto siempre inmaculado.

'¿Surgió un imprevisto?', le preguntó, aguantándose las ganas de llamarlo.

'Solo algo de temperatura', Respondió Mitchel, sin mayores detalles.

'Pero vas a ir al médico para que te receten algo ¿no?', reaccionó Jannik de inmediato.

'No, no es necesario. También es bueno para mí quedarme en casa, puedo aprovechar y terminar unos trabajos que debo entregar pronto', descartó Mitchel.

— Ey, Limber – Jannik llamó al sub encargado – Por favor avisa a los chicos que asistirían hoy a la sesión infantil, Mitchel está enfermo y no podrá asistir hoy. Por cierto, tengo algo que hacer ¿Tienes algún problema en cerrar hoy? – Consultó.

Luego de recibir la respuesta del empleado fue directo a la farmacia y al supermercado. Debido a que sus padres eran tan relajados cuando se enfermaba aprendió a cuidarse solo, ellos eran de los que creían que sin necesidad de hacer nada las cosas pasarían y aunque en muchos casos no era una idea equivocada, el cuidado y algo de ayuda aceleraban y aliviaban el malestar, funcionaba como un anticuerpo.

-.-.-.-.-.-.-

Mitchel estaba envuelto en un extraño capullo que dejaba sus brazos libres, una gruesa frazada sobre su suéter ya gigantesco. Pero, a pesar de estar algo tembloroso, su atención estaba puesta en el lienzo frente a él. En realidad no tenía nada pendiente, la pintura que estaba haciendo era para su disfrute propio.

Cualquier persona que la viera pensaría que era algo completamente diferente a lo que en realidad representaba, le gustaba esa ambigüedad de saber que sólo él podía ver el significado real. Una imagen oculta dentro de otra, o quizás lo correcto era decir un paisaje oculto dentro de otro.

El pelinegro estaba tan absorto que no escuchó el timbre, solo reaccionó cuando su celular ya tenía rato vibrando sobre la mesa a su lado. El identificador le dejaba saber que se trataba de Jannik, su pulso se aceleró un poco en consecuencia.

— Sí – Contestó con voz ronca.

Jannik se quedó callado ¿Qué clase de voz era esa? Apostaba que Mitchel no tenía ni idea de la clase de emociones que podía evocar con esa clase de tono.

— Estoy afuera, ábreme – Avisó.

— ¿Cómo afuera? ¿De mi casa? ¿Aquí? ¿Por qué estás aquí? – Preguntó Mitchel estúpidamente.

— Muévete Mitchel – Jannik le dijo con voz cansina y luego trancó.

Como un autómata, Mitchel caminó hasta la puerta y la abrió, incluso esperando que fuera una broma, medio deseando que Jannik no estuviese realmente allí.

Pero ahí estaba. Con un blue jean azul oscuro, una camisa de vestir negra arremangada y bolsas de compra en sus manos, de una claramente sobresalía alguna especie de hierba.

Mitchel se le quedó mirando, pero no importó, porque Jannik estaba haciendo lo mismo.

Este último prestó atención al cabello desordenado de Mitchel, la piel pálida, el aspecto ojeroso, los labios resecos y al enternecedor suéter de tweed gigantesco que le colgaba por todos lados, el lado derecho incluso cubría más allá de la mano, el izquierdo estaba a medio recoger y supuso que se debía a que estaba trabajando porque en su mano había un pincel y rastros de pintura en sus dedos.

— Si te sientes mal ¿Por qué no estás en cama? – Regañó Jannik.

— ¿Cómo sabes que no estaba en la cama? – Mitchel Intentó llevarle la contraria.

— Eres tan metódico, no te veo pintando en la cama – Comentó Jannik, señalando la herramienta en su mano.

Mitchel miró el pincel, bajó la mirada y a pesar de que ya estaba algo colorado por la fiebre ese color se intensificó al pensar en lo que había estado dibujando.

— ¿Qué? ¿Qué está mal? – Instigó Jannik pasando las bolsas de su mano derecha a la izquierda, para proceder a tocar la frente de Mitchel, que por reflejo se echó atrás.

— No es nada, nada de nada – Respondió este en tono defensivo.

— Ok, no dije "nada"... — Replicó Jannik sarcástico – Voy a la cocina, se me están entumeciendo las manos – Soltó, desistiendo de su intención de ahondar en lo que le ocurría, temiendo encender su temperamento odioso.

— ¿Qué estás haciendo? – Insistió Mitchel.

— Me parece que estoy teniendo un dejavu aquí – Bromeó Jannik, empezando a moverse por la cocina, metiendo cosas en la nevera, abriendo gavetas.

Estaba recordándole el día en que había ido a visitarlo de parte de la "biblioteca", no había sido hace mucho tiempo, pero la mente es una cosa curiosa, para ellos se sentía como si estuviera en un pasado lejano.

—Si quieres cocinar ve a hacerlo en tu casa – Le instruyó Mitchel, experimentando un bajón de energía, no sabía si estaba por empezar a sudar la fiebre o si esta estaba por subirle, se sentía agotado y algo atontado.

— ¿Por qué iría a mi casa, a ensuciar mi preciada morada, si voy a cocinar para ti? – Cuestionó Jannik concentrado en lo suyo.

— Nadie te lo pidió – Se quejó Mitchel – Es decir, no hagas cosas innecesarias – Agregó, tratando de no sonar tan rudo.

— No estoy haciendo nada "innecesario" – Refutó Jannik en tono cansino.

— ¿Ah no? y ¿Cómo le llamas a esto? – Señaló Mitchel irritado. De verdad estaba esforzándose por entender a esa persona frente a él, pero no lo conseguía, y no ayudaba que él mismo confundiera sus propias emociones.

— Cuidar de ti – Dijo Jannik siendo directo.

Si Mitchel era como un lago, el pelirrojo se personificaba como un turbulento mar.

Por momentos podía evocar ese instante en el que te sientas en la orilla de la playa esperando el oleaje, la cresta avanza prometedoramente y eso inevitablemente te emociona, entonces no termina de llegar, se retrae y luego regresa de nuevo. En un punto no sabes si quieres que la ola te toque o no. No sabes si va a gustarte, si la temperatura será la adecuada, pero aun así la esperas, fluctúas entre el alivio y el anhelo y en algún punto terminarás siendo revolcado.

— Lo siento, pero no creo que seas nadie como para hacer eso – Gruñó Mitchel antipático.

— Parece que crees que está mal que alguien muestre preocupación por ti, y corrígeme si tengo la impresión errónea Mitchel – Expuso Jannik, mirándolo con amonestación.

— Tú... Me das dolor de cabeza – Confesó Mitchel con tozudez, definitivamente la fiebre estaba subiendo.

— Oh, no puedo hacer nada al respecto. Me aseguraré de tener analgésicos conmigo cada vez que nos encontremos ¿No soy práctico? – Dijo Jannik, complacido por su réplica – Ve a la cama, no te ves bien – Ordenó, aparentemente dejando de prestarle atención. Sin embargo, él mismo quería arrastrar al pelinegro hasta su habitación y obligarlo a descansar porque se veía agotado.

Los ojos de Mitchel, aunque brillantes por la temperatura, estaban algo rojos y tenían una ligera sombra bajo ellos, esa piel pálida no le permitía guardar ningún secreto sobre su condición.

— Definitivamente eres tan raro – Acusó Mitchel empezando a tiritar.

— ¿Y tú no? – Jannik examinó, elevando las cejas hacia él, esperando que este no le refutara o podría ponerse imprudente – Bueno, bueno... ve, parece que vas a derrumbarte en cualquier momento, no me muestres tu lado débil Mitchel, o puedo confundirme y creer que quieres que me dedique a ti – Siguió provocando descaradamente, terminando por espantarlo.

La excepción a la reglaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora