Capítulo 3

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— ¿Qué tal el cuento de hoy chicos? – Preguntó un Mitchel carismático a los 15 pares de ojos que lo miraban atentamente.

Coros de "fue genial", "me encantó", "divertido" llenaron la sala con pequeñas voces infantiles.

— A ver y ¿Qué tal les parecieron los dibujos que estuvimos viendo? – Interrogó animado por el entusiasmo de los pequeños.

"El delfín gruñón es tan lindo, sus ojos rosas son lo mejor", "A mí me gusta más el león, su pelaje es tan esponjoso", "No, el árbol sabio es igual al que está en casa de mi abuela", saltaron todos al mismo tiempo.

— Entonces... ¿Les gustaron? – Sondeó de nuevo.

"Siii", respondieron todos al unísono dando pequeños brinquitos.

Mitchel sonrió levemente, complacido consigo mismo por la sincera reacción a su trabajo.

— Mamá dijo que usted hace los cuentos ¿Es cierto? – Dijo una niña con dos coletas y unos enormes ojos expresivos.

— No, por supuesto que no... Yo solo hago la imagen de los personajes, les pongo rostro al león, al delfín y al árbol que tanto les gustan – Aclaró, sin querer quedarse con todo el crédito.

— ¿Usted fue quien los pintó? – Preguntó otro pequeño con las mejillas sonrosadas, lucía sorprendido.

Mitchel asintió orgulloso.

"Woah", "Que lindo", "Es genial", exclamaron los pequeños emocionados tratando de llamar su atención al mismo tiempo.

Aunque Mitchel era ajeno a ello, alguien había estado observándolo. Esa persona, que no era otra que Jannik, perdió la cuenta de cuánto tiempo estuvo allí haciéndolo, creía recordar vagamente que el pelinegro estaba empezando a narrar el cuento cuando había llegado.

Lo cierto era que Mitchel había acaparado toda su atención. Bastó un vistazo fugaz del joven pelinegro a través de las puertas de vidrio que conformaban la espaciosa pecera, para que Jannik, como un fantasma con un asunto pendiente, siguiera el impulso.

"Él tiene que ser el sujeto en cuestión", se dijo Jannik. Sin embargo, intuía que aún si esa no fuera la persona a la que estuviese buscando, el Mitchel de Aribba, su instinto lo hubiese guiado para estar justo allí.

«Como un alma errante con un propósito escondido en lo más profundo de su conciencia», el pensamiento lo sorprendió. Jannik no creía en el amor rosa de las novelas, a pesar de que en su profesión lo utilizaba a su favor. Sin embargo, era consciente que algunas personas estaban destinadas a atraerse como imanes, lo había visto. Su padre y su madrastra eran una muestra de ello, encontrándose en diversas etapas de su vida, confluyendo paralelamente, hasta finalmente encajar.

Se sentía de una forma que solo podía catalogar como"incomprensible" ante esa persona frente a él, era tan chocante como excepcional, en ese momento lo escuchaba más que veía. Su tono al leerle a los niños, un suave barítono, tenía un efecto curiosamente embriagante, como el de una flauta encantando a una serpiente.

Identificarlo debía haber sido casi un reto, Aribba no le había mostrado ninguna imagen de él, le había dicho descaradamente que este lo reconocería, y el chico no tenía redes sociales bajo su nombre. Tampoco era como si fuera ciego, tenía que aceptar que no le desagradaba lo que veía; un joven con clase en la mitad de sus 20's, de aspecto inocente,de estatura alta, cabello negro de un corto pulcro y de apariencia estilizada, piel pálida, ojos con forma almendrada, con una casi imperceptible sombra inclinada hacia el borde exterior, una nariz digna de la realeza inglesa, labios delgados pero con una inconfundible forma de cupido.

La excepción a la reglaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora