Capítulo 29

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Esta vez nadie rompió el encanto del beso, este solo se extinguió, lenta y dulcemente. Jannik acarició el rostro de Mitchel con ternura y un toque abandonado adoración brilló en esos ojos negros.

Aún con la tenue luz de la televisión Mitchel podía ver esas pecas que besaban la perfecta piel cremosa, la disposición de ellas en su nariz y pómulos era sublime. Sí, Mitchel no necesitaba la luz para detallarlas, podía dibujarlas fielmente aun con los ojos cerrados.

Jannik se hizo a un lado y atrajo a Mitchel hacia sus brazos, este al principio se tensó un poco, pero se relajó mucho más rápido de lo que lo haría con el toque más impersonal de un extraño. El brazo derecho de Jannik que rodeaba al pelinegro se ubicó arriba de la cintura, con la mano izquierda comenzó a acariciar su cabello. Con la punta de su barbilla sobre la cabeza de Mitchel empezó a restregar su recortado rastro de barba de un día, como un gato juguetón.

— Si te digo... No, olvídalo – Mitchel empezó a decir algo, pero se detuvo a sí mismo antes de terminar la idea.

— Dilo – Jannik le instó, apretando el agarre de su abrazo.

— No, es estúpido –Soltó receloso, su corazón estaba acelerado y Jannik podía sentirlo.

— Por favor, quiero escuchar... quiero que seas espontáneo conmigo, por favor– Pidió.

— Si te digo que eres hermoso, te sentirías ofendido ¿Cierto? – Planteó Mitchel, dejándose llevar por el encanto íntimo de la atmosfera irreal que los envolvía.

— No sé sobre mí, pero tú definitivamente lo eres Mitchel – Le contestó Jannik, se sentía infinitamente feliz de haberlo escuchado decir esas palabras, de saber que lo veía de esa forma — Eres la cosa más malditamente hechizante que he tenido el placer de toparme en esta vida, no importa cuanto más me falte por ver... No habrá nada que pueda superarte, eso no es posible – Continuó, lamiendo sus propios labios antes de darle un casto beso en la altura de la sien.

Mitchel enterró su cabeza en el pecho de Jannik, se sentía tan tímido y tan a gusto que era ridículo. Casi no se reconocía.

— No tienes ni idea de lo peligroso que eres Jannik – Le susurró, pero su voluntad estaba demasiado agotada como para decirle el dolor de cabeza que intuía podía llegar a ser.

— Me quedaré aquí esta noche – Soltó el pelirrojo después de un rato de silencio.

Mitchel trató de levantar la cabeza, pero este no se lo permitió.

— No creo que debas... — Empezó a rechazar Mitchel.

— Seré bueno, ataré mis manos si es necesario – Le tranquilizó, levantándole el rostro para que pudiera ver el suyo, guiñándole un ojo que no hizo nada por calmarlo.

— ¿Atar tus manos? ¿Habría necesidad de eso? Tú... ¡Definitivamente te irás a tu casa! –Reaccionó Mitchel al darse por advertido.

— No, no iré – Porfió Jannik estrechándolo como Elvira* a sus mascotas, a lo que su presa dejó de luchar para evitar ser asfixiado — Mitchel... – Llamó cuando este se quedó quieto.

— ¿Umm? – Dejó salir el otro, con una exhalación profunda.

— ¿Podrías confiar en mí? No digo que lo hagas de buenas a primeras, solo espero que lo intentes – Solicitó Jannik.

El silencio de la persona entre sus brazos no afirmaba ni negaba. Cuando estaba a punto de rendirse con el tema, Mitchel respondió.

— No lo sé, la mayoría del tiempo no puedo confiar ni en mí mismo. Quien soy, las cosas sobre las que creo estar seguro cambian constantemente, a veces se retuercen en un feo amasijo, es un lío – Confesó Mitchel con tono apagado.

La excepción a la reglaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora