I. Secretos

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Ana corría, casi sin aliento, por un estrecho camino de tierra rodeado de cadáveres destrozados, que yacían unos sobre otros. El cielo estaba repleto de nubes negras, decididas a soltar toda su furia sobre ella. Alguien la perseguía. Lo sabía porque el miedo le quemaba el pecho y sus ojos inundados de lágrimas se negaban a mirar atrás. Su largo cabello negro se arremolinaba en su rostro, sus gruesos labios se tensaban en una mueca de pánico. Ya no podía correr más, sus pies parecían traicionarla a cada paso. Cayó de rodillas, resignada. Cuando se creía perdida, escuchó una voz, tan suave como las limpias aguas de un río, que le decía: Enfréntalo. Algo dentro de ella pareció explotar, un terrible dolor le cubrió la espalda. Podía sentirlo mientras se abría paso entre su carne, rompiendo su piel. Liberando un espantoso grito, se retorció de dolor, mientras un par de gigantescas alas azules emergían por fin con un brillo imposible.


Después de levantarse torpemente de la cama, Ana se miró al espejo con el rostro bañado en sudor. La pesadilla de la noche anterior había sido demasiado real, aún podía sentir el dolor en su espalda. Tomó una ducha breve. Después de beber un vaso de leche en la cocina, salió de prisa hacia la universidad.

–¡Llegaré un poco tarde hoy, Eunice y yo iremos al cine después del trabajo! –le gritó a su madre desde la puerta.

–¡Cuídate, hija! –le respondió Azahar, mirando cómo se alejaba.

La mujer se quedó recargada en el marco de la puerta, pensando en el incierto regreso de su hija a casa. Ana era su única razón para vivir y, a pesar de esforzarse por aparentar serenidad frente a ella, sabía que un destino extraño la esperaba paciente. Azahar trató de deshacerse de aquellos oscuros pensamientos, mientras tomaba un desayuno ligero. Luego recogió un vestido rojo, su más reciente creación, y lo llevó a su boutique, donde se lo puso a un maniquí que llevaba semanas desnudo. Encendió las luces del aparador y abrió la puerta para comenzar su día de trabajo.

La mañana había pasado rápidamente, Ana comenzaba a sentir la libertad en el aire, ya que aquél era el último día de clases antes de las vacaciones de verano. El sol se hacía poderoso en el cielo, mientras el calor se mezclaba con la brisa. Eso era inusual en Ciudad Lazuli, pues el frío y la humedad estaban siempre presentes en aquel lugar. Ana salió del salón sonriendo, después de su examen de literatura inglesa, del que, estaba segura, saldría triunfante. Eunice la esperaba impaciente con su mochila en el hombro y un libro viejo en las manos. Comenzaron su camino hacia la cafetería donde trabajaban todas las tardes, hablando sobre la película que irían a ver esa noche. En medio de su conversación, Ana recordó el extraño sueño de la noche anterior y se lo contó a su amiga, con la esperanza de encontrar un significado.

–Fue bastante real, incluso me dolía la espalda cuando me levanté –Ana movió los hombros hacia atrás para agregar dramatismo a su historia.

–Pues sí es un sueño raro. ¿Estás segura de que no viste algún programa acerca de ángeles en la televisión anoche? –preguntó su amiga con interés.

–Estoy segura. En todo caso, ¿cómo puedes asegurar que era un ángel en lo que me convertía?, pudo ser en un demonio o algo así.

–Bueno, sólo los ángeles tienen alas, ¿no? Aunque... los demonios también tienen alas, pero más parecidas a las de los murciélagos.

–¿De dónde sacas eso? –dijo Ana entre carcajadas–. Ves demasiada televisión, Eunice.

–No me critiques a mí, tú eres la que le da demasiada importancia a un tonto sueño sobre ángeles.

–Tienes razón, sólo fue un sueño tonto –Ana dibujó media sonrisa en su rostro.

Ambas caminaron de prisa, entregadas a sus bromas personales. Atravesaron las calles más céntricas de la ciudad, hasta llegar al pequeño y acogedor local, donde Alex las esperaba malhumorado. Llevaban casi un año trabajando en su cafetería, así que ya estaban acostumbradas a sus rabietas, las cuales se disparaban con cualquier pretexto. Alex tenía apenas veinticinco años, pero parecía poseer el alma de un hombre de ochenta; su negocio era todo para él y le gustaba tenerlo bajo control.

LA BATALLA DEL ANGELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora