XIX. Lucifer

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Eunice abrió los ojos cuando el resplandor anaranjado dejó de brillar a través de sus párpados. Su corazón, de por sí acelerado, convulsionó dentro de su pecho, al percatarse de la nueva presencia, que había dejado mudos a todos los sonidos del bosque, sumergiéndolo en un completo silencio. Un ser muy alto se encontraba de pie en medio del valle. El cabello negro le llegaba a la cintura y brillaba intensamente, mientras bailaba con la brisa nocturna. Llevaba puesta una chamarra de cuero desgastada con dos aberturas en la espalda, a través de las cuales, salían un par de inmensas y destellantes alas, tan negras como sus salvajes ojos. Eran precisamente aquellos puntos negros la única parte de su rostro que Eunice podía ver, pues el recién llegado llevaba puesta una inexpresiva máscara blanca de plástico, la cual negaba el acceso a cualquier otro rasgo de su rostro. Lucifer no estaba descalzo, al final de sus ajustados pantalones, usaba unas costosas botas, hechas con la piel de algún animal exótico. El silencio se rompió de pronto cuando Azazel liberó a las criaturas, para saludar al visitante con una modesta reverencia.

–Lucifer

El ser miró al caído con una intensidad desconcertante, ya que, gracias a la máscara, no podía decirse si sonreía o no.

Eunice estuvo a punto de perder la razón cuando escuchó aquel nombre. Sabía quién era Lucifer, como todo el mundo. Sin embargo, no creía en su existencia. Después de unos segundos tratando de acomodar sus ideas, llegó a una conclusión: si existían Dios y los ángeles, entonces era lógico que aquel mito cobrara vida también. Comenzó a sentirse asustada al recordar la historia de aquel ser. Si Lucifer existía, entonces toda su maldad existía con él.

–No es lo que tú crees–le susurró Ana al oído. Todavía la cubría con sus alas como precaución–. Aunque...al parecer, es una criatura bastante impredecible.

Lucifer miró a todos los presentes como si fuera a liberar una devastadora violencia de un momento a otro. Así sucedió. Pero no fue la clase de violencia que todos temían. Se sentó en el piso con un ágil movimiento y, quitándose la máscara, estalló en carcajadas incomprensibles para su público. Su rostro era tan hermoso como su sonrisa. Eunice se quedó sin aliento por un momento.

–¡Debieron ver sus rostros!–dijo entre risas. Su voz era todavía más agradable y dulce que la de Azazel, quien sonreía también, pero con menos entusiasmo–. ¡La mirada en sus ojos! –Lucifer se tiró de espaldas sobre el suelo envuelto en carcajadas.

–¡Muy gracioso! –se quejó Laziel.

–Algo apesta por aquí –dijo el recién llegado arrugando la nariz, la cual, aunque era un poco tosca, armonizaba a la perfección con la violenta perfección de sus rasgos–. ¡Ya veo! ¡Es Laziel! –bromeó, estallando en carcajadas una vez más.

–Insisto...Eres muy gracioso, Lucifer –los ojos de Laziel comenzaron a transformarse en las vivas flamas amarillas, mientras el pelo salvaje de su cabeza de erizaba.

–¡Un poco más de respeto, elemental! –exigió Lucifer, poniéndose de pie con un solo y fluido movimiento.

–No es momento de pelear –replicó Azazel, colocándose frente a Laziel con ademán protector–. Me alegra que vinieras, debes conocer a mi hija.

–¡Claro!, como siempre, tengo que colarme a la fiesta –respondió Lucifer con tono burlón–. Al parecer no todo el mundo valora mi perfección. ¿Cuándo pensabas avisarme que ya habías encontrado a la elegida?

–Quería que estuviera lista para pelear y así pudieras reconocerla como la líder de nuestro ejército.

Lucifer miró los ojos de Azazel detenidamente, al no encontrar mentira en ellos sacudió sus endrinas alas, para deshacerse de la hojarasca, que se había adherido a ellas. Se acercó lentamente hacia Ana, quien lo observaba con curiosidad.

LA BATALLA DEL ANGELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora