XII. Ángel

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Greg llegó a casa con los ojos alegres y la sonrisa alborotada. Sus padres se encontraban en el comedor preparándose para cenar, cuando escucharon un alegre e inusual silbido que provenía de la entrada. Alicia y Carlos se miraron extrañados por un momento. La mujer abandonó la mesa apresuradamente y se dirigió a la sala, donde pudo ver a su hijo mientras subía saltando las escaleras.

–¿Greg? –preguntó sorprendida.

El chico se detuvo antes de subir otro escalón y volteó a verla con sus destellantes ojos azules.

–¡Hola, mamá! Ahora bajo a cenar con ustedes, sólo dejo el violín en mi cuarto.

Alicia se quedó paralizada al pie de la escalera. No pudo reconocer a ese chico que tenía el rostro pintado de auténtica alegría.

Unos minutos después, la familia entera estaba reunida en la mesa. Greg conversaba animadamente con su padre, mientras Alicia lo observaba todavía sorprendida. Era la primera vez en muchos años que su hijo se notaba realmente feliz. Estuvo sonriendo todo el tiempo, llegó incluso a doblarse de la risa después de escuchar uno de los pésimos chiste de Carlos. Al terminar de cenar, el chico se despidió de sus padres abrazándolos con efusividad, después se dirigió a su habitación, silbando nuevamente.

–Greg está muy contento, ¿no te parece? –le dijo Alicia a su esposo, mientras tomaba la taza de café entre sus manos.

–Alicia, para ser su madre eres un poco despistada –se burló–. ¿No ves que tu hijo está enamorado?

–¡¿Qué?! –exclamó incrédula, abriendo los ojos desmesuradamente–. ¿Cómo va a estar enamorado? ¿De quién? Es demasiado pronto. ¡Acabamos de llegar! Además, ¿cómo sabes tú eso?

Carlos miró a su esposa a los ojos y tomando su mano le sonrió con ternura.

–Mi vida... A veces el amor apresurado es aquel, que no puede esperar para ser eterno. Greg me habló sobre una chica... extraña. Trabaja en la cafetería donde va a tocar todas las tardes. Al parecer, ya sucumbió a sus encantos –explicó burlonamente.

–¿Qué quieres decir con extraña? Y, ¿por qué yo no estaba enterada de todo esto?

–Honestamente... ¡No pensé que nuestro hijo fuera tan débil! –Carlos soltó una sonora carcajada y dio un sorbo a su taza humeante de café–. Pues...no le di mucha importancia, y por eso no te lo dije. Supuse que Greg seguiría aferrado a la idea de permanecer alejado del mundo, pero ahora veo cuán equivocado estaba. ¡Parece que cayó redondito!

Alicia lo miró con desconcierto, mientras él estallaba en carcajadas nuevamente. Se sintió excluida y herida.

–¡No puedo creer que no me lo dijeras! Sabes cuánto me preocupo al pensar en su soledad auto infligida –le recriminó a su esposo con la voz y el gesto indignados.

Carlos se levantó de la silla y se acercó a ella para besarla tiernamente en los labios. La tomó de la mano y la llevó escaleras arriba sin decir palabra. Una vez en su habitación, el hombre entró al baño, dejando a su esposa, todavía molesta, sentada en la cama. Cuando salió, llevaba consigo su crema de afeitar y una navaja.

–¡Ayúdame! –le pidió, entregándole las cosas. Una triste sonrisa se asomó en sus labios cuando se tocó el bigote como señal de despedida.

–¿A qué? –preguntó Alicia molesta, levantando una ceja.

–Tengo una apuesta que cumplir.

Después de pasar una larga noche vigilando, Dante se dirigió al refrigerador, de donde sacó una soda y un plato con restos de pizza. Laziel y Sadah se habían marchado unas horas atrás, dejándolo encargado del espejo. El chico estaba a punto de quedarse dormido con la soda en la mano, cuando pudo ver una expresión quejumbrosa en el rostro de Eunice.

LA BATALLA DEL ANGELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora