XVI. Equilibrio

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Al llegar a la habitación de Eunice, Ana se tiró sobre la cama y se quedó dormida casi de inmediato, después de acurrucarse entre las mantas. Dante se sentó en la orilla de la cama para observar los movimientos alborotados de Eunice, que caminaba de un lado a otro guardando ropa en el armario y tratando de levantar todos los objetos tirados sobre el suelo. Se sentía nerviosa y apenada por el desastre en su cuarto, disculpándose una y otra vez ante el gesto divertido del muchacho. Mientras ponía orden a su alrededor, recordó que todavía tenía puesto el abrigo del buscador. Se lo devolvió con una gran sonrisa adornando su rostro inquieto. Al final, terminó sentándose junto a él. Conversaron acerca de todo lo ocurrido ese día y de las cosas que Dante había vivido en el pasado. Eunice se quedó asombrada cuando le contó sobre el dragón internado en las profundidades de una cueva, al cual había enfrentado cara a cara. Al parecer, era el último de su especie, y el chico se sentía muy orgulloso de haber podido verlo vivo. Cuando la media noche llegó, trajo consigo a los padres de Eunice, que habían salido a cenar. Ahora regresaban flotando en una nube de incómodo romanticismo. La chica saltó de la cama para salir corriendo escaleras abajo al escuchar cómo se abría la puerta principal.

–¿Mamá? –preguntó hacia las sombras de la sala, que se iluminaron de pronto mostrándole a sus padres envueltos en un beso.

–¡Hija! –respondió su madre, un poco sonrojada–. Me alegra que estés en casa, pensamos que te quedarías con Ana hoy.

–No, de hecho ella se quedará aquí... ya está dormida.

–Bueno, pues ve a dormir también, ya es tarde. ¡Descansa!

–¡Hasta mañana! –le dijo su padre, mientras le dedicaba una gran sonrisa.

Eunice se despidió con la mirada y subió de nuevo la escalera. Sonrió descaradamente al comprender que sus padres estarían ocupados uno con el otro, evitándole así molestias inoportunas.

–¿Todo bien? –preguntó Dante al verla entrar sonrojada.

–Sí, mis padres estarán... ocupados –la sonrisa traviesa de Eunice envió un mensaje muy claro–. No creo que nos molesten hoy.

–Bien.

Dante le dedicó una mirada intensa y después se recargó en la cabecera de madera. Se sintió incómodo con la rigidez en su espalda, para solucionar el problema, tomó uno de los cojines rojos que inundaban la cama de Eunice. Ana no se movió ni un centímetro, a pesar de los toscos movimientos del chico.

–Deberías dormir un poco también –le recomendó a Eunice, mientras cerraba sus verdes ojos con lentitud–. Necesitarás energía para lo que viene.

–Tienes razón –admitió la chica–, pero si quieres que me duerma, tendrás que bajarte de mi cama.

Dante abrió los ojos disgustado y la miró con la misma intensidad. Entendiendo el mensaje, se levantó con brusquedad. Puso el cojín sobre la alfombra marrón que cubría todo el piso de la habitación, y se quitó lentamente la camisa oscura, la cual se amoldaba a cada músculo de su cuerpo como si fuera su propia piel. Eunice suspiró automáticamente al presenciar aquel espectáculo.

–¿Te pasa algo? –le preguntó recostado en su nuevo lecho con el torso desnudo y el gesto serio–. ¿Te molesta que duerma así? Hace mucho calor aquí, pero si quieres puedo ponerme la camisa de nuevo.

–No... Está bien, mientras te sientas... cómodo –Eunice desvió la mirada al sentir que las náuseas comenzaban a apoderarse de ella.

–Está bien. Hasta mañana, entonces.

–Hasta mañana.

El chico cerró los ojos una vez más. Después de unos minutos, cuando Eunice se convenció de que el buscador dormía, decidió prepararse para imitarlo. Sacó una playera blanca de la cómoda, la examinó antes de ponérsela, para cerciorase de que estuviera limpia. Dante abrió los ojos en silencio y la observó mientras se quitaba la blusa, dejando al descubierto su espalda desnuda. Deseó poder tocarla, estirar su mano para acariciarla suavemente. Suspiró y cerró los ojos de verdad. No pasó mucho tiempo para que la habitación se quedara en silencio, sumida en la oscuridad de la noche.

LA BATALLA DEL ANGELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora