XXIV. Debilidad

10 0 0
                                    

Ana abrió la ventana de su habitación para contemplar el cielo de la madrugada. Estaba sola, mirando cómo la luna seguía iluminando los rincones más ocultos de la ciudad. Recordó de pronto el rostro de su nuevo hermano, de entre todos los que había conocido aquella noche, el suyo era el más amable. Quizá, por que todavía llevaba con él los recuerdos frescos de una vida humana feliz. Había ternura en sus ojos negros y el cabello oscuro caía como lluvia sobre sus mejillas. La inocencia de sus rasgos lo hacía parecer un niño pequeño, aunque era un par de años mayor que ella. Azazel le contó la historia de Joaquín, quien fue concebido antes de que el caído se topara con Azahar. Por un momento, Ana se sintió culpable, no quería luchar. No conocía a su enemigo, ni tenía idea de la magnitud de su poder. Sintió miedo, el corazón se le llenaba de desconfianza, comenzó a dudar incluso de su propia existencia. ¿Cómo podían coexistir en un mismo espacio dos realidades tan diferentes? Los hombres despiertan día tras día para vivir en su rutina, sumergidos en la ilusión de la felicidad o el desencanto. Ni si quiera imaginan la existencia de los seres maravillosos, cuya magia hace funcionar al mundo para ellos.

La elegida se sentó sobre la cama y se dejó llevar por la tristeza. Pensó en la maldad de los hombres, en su hambre por conocer y entenderlo todo, sintiendo la urgencia por destruir aquello que no camina de la mano con la lógica. Pronto, su mente se llenó de imágenes trágicas. ¿Qué sentido tenía pelear por una humanidad seca, carente de sensibilidad para creer en lo intangible? No encontró motivos válidos para pelear, hasta que escuchó los pasos de su madre en el pasillo, se había levantado a mitad de la noche para buscar algo de beber en el refrigerador. Ana recordó entonces, cómo su madre acariciaba las telas antes de convertirlas en un hermoso vestido. Se acordó también del delicado color en las mejillas de Eunice, el cual se encendía con la presencia de Dante. La canción interpretada por los árboles cercanos a la casa de la laguna, cuando la brisa besaba sus hojas. La mirada iracunda de Alex, al percibir el olor de una tarta quemándose en el horno. El dulce sabor del té de limón, preparado por la madre de su mejor amiga, cuando visitaba su casa. De pronto, estuvo consciente de todas las maravillas a su alrededor. Ana supo entonces que por todo eso, valía la pena pelear.

Para rematar el hilo de sus pensamientos, apareció la imagen de Greg, la más grande de sus debilidades y la más poderosa de sus fortalezas. Sus ojos luminosos se estaban adueñando también de su lado angelical. Le dolió el pecho al recordar que la despedida estaba cerca. Pero no podía ser de otra forma, también por él debía pelear.

Miró el reloj cansado de la pared, eran las cuatro de la mañana. La ciudad dormía, pero ella no tenía sueño y, sorpresivamente, tampoco tenía apetito. Supuso que la resistencia para saciar sus necesidades básicas, comenzaba a hacerse presente. Aunque, sí había una necesidad presionando cada músculo de su cuerpo: quería ver a Greg. Se acercó al armario y llamó a Sadah con un susurro. Los ojos amarillos de la pequeña criatura iluminaron discretamente la oscuridad.

–¿Me llamaste? –preguntó con su vocecilla relajada.

–Sí...¿Puedes llevarme a ver a Greg?–le pidió con una nota de vergüenza en la voz.

–No sé si eso sea una buena idea...

–Por favor, Sadah, necesito verlo. Si no me llevas tú entonces iré volando –amenazó, mientras contraía los músculos de su espalda.

Sadah la miró con desaprobación por un momento. Decidió que era mejor cumplir su capricho.

–¡Está bien! Pero sólo lo haré por que es más seguro de esta manera. No puedes quedarte mucho tiempo, Ana. Recuerda que hay otras prioridades en este momento –la advertencia le pareció razonable al ángel, quien se apresuró a tomar la mano de la criatura para desaparecer inmediatamente.

LA BATALLA DEL ANGELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora