VIII. Algo diferente

13 0 0
                                    

Ana y Eunice llegaron a casa envueltas en risitas de confabulación. Azahar estaba encerrada en su taller, tratando de alejar a los demonios de su cabeza. Se ocupaba en diseñar disfraces para el carnaval de Ciudad Lazuli, que estaba a un par de semanas de empezar.

–¡Toma! –le dijo Ana a su amiga, mientras le entregaba un par de manzanas amarillas, que había tomado del frutero de cristal sobre la mesa–. Ahora te alcanzo, le voy a avisar a mi mamá que ya llegamos.

Eunice subió corriendo a la habitación de Ana, ella se dirigió a la puerta roja que estaba debajo de las escaleras, la cual conducía al pequeño taller de su madre.

–¿Mamá? ¡Ya llegué! –le gritó desde la puerta, con la esperanza de escabullirse de inmediato hacia su cuarto.

–¡Bendito sea Dios! ¡Ven un momento, por favor! –le pidió la mujer emocionada.

Ana entró al taller, después de maldecir en secreto, poniendo los ojos en blanco. Encontró a su madre rodeada por telas destellantes de colores iridiscentes, que explotaban con la luz.

–¿Qué es todo esto? –los ojos de Ana se llenaron de aquel bombardeo de luminosidad.

–¿Te gusta? Compré las telas en la mañana. Ya viene el carnaval y tengo algunos pedidos.

–¡Genial! –Ana parpadeó para salir de la colorida intensidad de las telas y dio un paso hacia atrás–. Bueno, voy a mi cuarto. Por cierto, Eunice se quedará esta noche.

–Sabes que siempre es bienvenida.... Antes de que te vayas, me gustaría hablar contigo un momento, hija –la petición de Azahar estaba acompañada de una mirada lastimera.

–¡Claro! ¿Qué pasa? ¿Todavía estás alterada por lo de las mariposas? –adivinó Ana.

–Sí, es precisamente eso. Ana, estoy muy preocupada. Esto no es normal y... –Azahar cerró los ojos, intentado encontrar las palabras que se le perdieron de repente–. Hay algo que debes saber...

–¡Mamá! –Ana la interrumpió con la molestia pintada en el rostro –. Es sólo una plaga... o algo así. Pasó lo mismo hoy en la cafetería. Alex hizo berrinche por que tuvo que barrer a los bichos esos.

–¡¿Qué?! –Azahar sintió que todo su cuerpo se tensaba–. ¿Más mariposas?

–Sí. ¡Tranquilízate! Quizá nosotros tenemos la culpa de su comportamiento extraño, con lo del calentamiento global y todo eso. Además...

–¡Ana, deja de suponer cosas! –replicó la mujer, un tanto exasperada–. Hija, hay algo que debes saber.

Azahar miró a su hija y recordó que toda su vida la había protegido de cualquier daño. Se había prometido, el día de su nacimiento, que la proveería de alegrías y no de pesares. Ahora estaba a punto de romper aquella promesa. Mientras se miraban en un silencio expectante, algo ocurrió. La chispa constante, en los ojos casi negros de la chica, se convirtió de pronto en una tenue luz que se volvía más potente cada vez, envolviendo el corazón de su madre con un profundo sentimiento de esperanza. Azahar no pudo entender aquello, y tampoco quiso intentarlo, sólo se dejó llevar por la paz que su hija le prodigaba sin querer.

–¿Y bien? –preguntó Ana con impaciencia.

–Nada, hija. Sólo quería pedirte que, si vuelve a ocurrir algo similar me lo digas, por favor y... ¡cuídate mucho!

–Mamá... sabes que siempre me cuido –Ana le regaló una honesta sonrisa y salió del taller.

Eunice la esperaba en su habitación. Hincada frente a un pequeño librero, donde se amontonaban decenas de libros viejos, buscaba algo con pereza.

LA BATALLA DEL ANGELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora