XXVIII. Decisiones

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–¡Estás loco! ¡No podemos dejarlo así! ¡Suéltame!

Ana peleaba contra la fuerza inagotable con la que Lucifer sostenía su brazo. Más que caminar a su lado, parecía que la arrastraba como un peso muerto. Las calles se iban llenando de gente conforme se acercaban al centro, lo que preocupaba al caído, pues no podían evitar llamas la atención.

–¡Debes calmarte, Ana!–le exigió, mirando en todas direcciones con hostilidad. Se sentía increíblemente incómodo caminando entre tantos humanos–. Estamos llamando la atención.

–Entonces déjame ir, Lucifer. Déjame regresar.

–¡Maldición!–exclamó, al ver que algunos peatones dirigían la cámara de sus teléfonos celulares hacia la peculiar escena–. No podemos seguir caminando así. Debemos encontrar un lugar oscuro para llamar a la criatura.

–¡Vete tú! ¡Déjame ir!

–¡Ana!–le dijo sosteniéndola con más fuerza–. Debemos ir con los demás ahora mismo. Ya no tenemos tiempo que perder. Miguel está enviando ángeles a la tierra sin tomar precaución alguna. ¡Estamos en problemas!

Ana dejó de moverse. Su mente nublada por la decadente imagen de Greg, se aclaró con el recuerdo de los miles de ángeles que la esperaban en el valle. De pronto, decenas de personas la observaban con curiosidad, sin saber que toda su existencia estaba en peligro. Entonces decidió no hacerle más daño a Greg, había llegado la hora de protegerlo a él y al mundo en el que vivía.

–¿Qué haces?–le preguntó Lucifer, al sentir el cambio en sus movimientos. En lugar de arrastrarla, ella lo estaba guiando a través de las calles.

–Te llevo a un lugar seguro.

Avanzaron por las calles sin preocuparse por su público, el cual comenzó a disminuir conforme se acercaban a un parque solitario, por el que sólo paseaban un par de personas demasiado ensimismadas como para notar su presencia. Atravesaron una jardinera y caminaron por un sendero lleno de piedras, hasta llegar a los límites del parque. En donde se levantaba un grupo de pinos, que escondían tras de sí un bosquecillo muy poco visitado. Ambos se movieron entre la maleza sin dificultad, aunque los pies de Ana comenzaban a rechazar sus zapatos deportivos cada vez con más ímpetu.

–Sabes que puedes quitártelos cuando quieras –le dijo Lucifer al notar sus pasos extraños.

–Aún no estoy lista...Tú no pareces incómodo usando esas botas –le respondió, señalando su extravagante calzado.

–Bueno, mi perfección me lo permite

–¡Eres increíble!–repuso Ana, moviendo la cabeza negativamente.

–Lo sé.

–Desde aquí podemos volar–anunció al llegar a un pequeño claro.

Ambos desplegaron sus alas y levantaron el vuelo verticalmente, hasta perderse en el cielo azul. Una vez fuera del alcance de la vista humana, adoptaron un vuelo horizontal en el que, por primera vez, Lucifer avanzaba detrás de Ana sin poder seguirle el paso.

Llegaron al valle donde todos los ángeles los esperaban con impaciencia.

–¿Dónde has estado?–le preguntó Azazel a su hija, cuando puso un pie en el suelo.

–En peligro–respondió Lucifer, aterrizando un segundo después–. Miguel envió un mensajero y, por desgracia, encontró a Ana sola.

–¡¿Estás bien?! –le preguntó, mientras la abrazaba nervioso.

–Sí.

–¿Dónde pasó? ¿Cuándo?

–Estaba con el muchacho–volvió a responder Lucifer.

LA BATALLA DEL ANGELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora