Después de la muerte de Cecilia, Greg había construido una fortaleza a su alrededor que le ayudaba a protegerse de cualquier acercamiento humano, incluso se rehusaba a dar la hora si algún extraño lo detenía en la calle para preguntarle. Siempre evitaba mirar directamente a los ojos de las personas con las que interactuaba, y evitaba todo contacto físico innecesario. Aquel día, su poderosa fortaleza sufrió la invasión de unos ojos negros. Trató de pasar por alto el rostro tierno de Ana, quien lo observaba con inquieto interés. Decidió dedicarle la atención necesaria a quien sería su nuevo jefe e ignorar cualquier otro rastro de vida a su alrededor
Alex se mostraba excesivamente emocionado con su nueva adquisición, y le pidió que tocara un poco, a manera de audición. Le señaló a Greg un pequeño pero visible rincón cercano a la entrada de la cafetería, junto a la ventana, donde estaba escrito el nombre del local con grandes letras amarillas. De la pared colgaban algunas fotografías antiguas de Ciudad Lazuli, y un gran reloj de péndulo, herencia de la abuela de Alex. Después de inspeccionarlo, Greg decidió que ese era el lugar perfecto para que se presentara cada tarde.
–¿Necesitas un banco o una silla? –le preguntó Alex, sin dejar de sonreír.
–No. Estaré bien de pie –respondió con una sonrisa, mientras se dirigía al pequeño espacio.
Abrió su estuche y sacó el violín. Lo acomodó cuidadosamente en su hombro y, sosteniendo el arco con delicadeza, comenzó a tocar, atrayendo de inmediato la atención de los clientes presentes en ese momento.
Ana seguía inmóvil, mirándolo, luchando por recuperar el control de sus ojos que se negaban a obedecerla. Eunice estaba de pie junto a ella, escuchando con atención al violinista. Reconoció de repente la melodía proveniente de las cuerdas y le dio un golpecito a su amiga con el codo.
–¿No te parece familiar esa canción? –le susurró.
Ana parpadeó despacio como si saliera de una alucinación, y obligó a sus ojos a mirar a Eunice.
–¿Qué?, ¿a qué te refieres? –replicó, susurrando también.
–Creo que es la misma canción que escuchamos ayer en la laguna.
–¿Sí? –Ana intentó escuchar con más atención–. ¡Sí! Creo que tienes razón. Tal vez era él.
Eunice sonrió con brevedad y luego le hizo una mueca extraña.
–¿Qué te pasa?
Eunice la tomó del brazo para llevarla hasta la cocina.
–¡Lo vi! –confesó, cerrando la puerta detrás de ella.
–¿Qué viste? –Eunice repitió la mueca extraña y Ana entendió entonces lo que su amiga trataba de decirle–. ¡Ah!, lo viste... ¿Cuándo?, ¿cómo?, ¡¿por qué no me lo dijiste?!
–Lo acabo de ver... Bueno, hace un rato, cuando le servía la última taza de café a Dante. Lo siento. No le di importancia, pensé que sólo era un cliente más.
–¡Vaya! –exclamó, liberando un suspiro–. Pero... ¿por qué lo viste a él y no a los demás clientes?
–No lo sé. Tal vez mis visiones se relacionan solamente con las personas con las que tengo una conexión –Eunice frunció el ceño, como si tratara de encontrar una explicación razonable.
–Puede ser... ¡Tal vez te casarás con él! –bromeó Ana.
–¡Claro que no! –respondió molesta–. Yo... ¡No tengo tiempo de pensar en esas cosas, Ana! Además, sabes perfectamente que yo ya... ¡Tal vez seas tú la que se case con él!
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LA BATALLA DEL ANGEL
Fantasy"La batalla del ángel" se puede considerar una secuela de "El dador de misterio". La novela narra un fragmento de la vida de Ana, quien resulta ser descendiente de uno de los caídos. Cosa que descubre una tarde mientras paseaba con su amiga. Esta...