XXIII. El ejército

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Ana abrió la ventana enseguida. Lucifer entró torpemente, batallando con sus alas rebosantes de pequeñas gotas de agua, que escurrían por doquier.

–¡Toma! –Ana le lanzó una toalla, que tenía olvidada cerca de la cama–. ¿Por qué volaste hasta acá? Podrías haber llamado a Laziel.

–Me gusta ejercitarme–respondió doblando el brazo para hacer resaltar sus torneados músculos–. Además no necesito a un elemental para ir a donde se me dé la gana. Estuve dando vueltas en mitad de la tormenta. Odio mojarme, pero es emocionante tratar de atrapar los rayos.

–¿Qué hay de la materialización? ¿También era necesaria?

–Es necesaria mientras sigas siendo humana. Si no puedes verme entonces no puedes escucharme.

–Pero...puedo sentirte.

–¿Sentirme? Esa no es una buena comunicación. ¿Qué le pasa a tu amiga? –preguntó el caído, mientras se pasaba la toalla por el rostro húmedo.

Ana miró cómo Eunice se aferraba a la orilla de la cama con la mirada completamente perdida en algún horizonte lejano. Lucifer se acercó para sentarse en el suelo frente a ella. Clavó sus destellantes ojos negros en los de la chica, encontrando el camino hacia su mente perdida.

–¿Estás teniendo una visión?–le preguntó con voz suave. Eunice movió la cabeza afirmativamente sin cambiar su expresión tensa.

–¿Cómo sabes tú que...

–¡Silencio!–le respondió a Ana, que se había sentado junto a su amiga.

Lucifer le hablaba a Eunice en un susurro, convirtiéndose en una sombra, que la acompañaba en su pequeño viaje.

–Concéntrate en el tiempo, pequeña...¿Puedes ubicar la fecha o la hora?–el caído puso la mano en la rodilla de Eunice, con su acostumbrada lascivia, comenzó a acariciarla hasta llegar al muslo. Ana se sintió asqueada por aquel gesto repulsivo, y le dio un manotazo, obligándolo a retirar la mano de la pierna de su amiga. No la miró, sólo levantó una ceja ofendido–. ¡Concéntrate! Tienes que ver más allá. Respira profundo y trata de encontrar la escena previa y la escena posterior a lo que ves ahora.

Eunice obedeció dentro de su inconsciencia, parecía que sólo escuchaba la voz de Lucifer guiándola entre las tinieblas del futuro. Unos segundos después, la chica regresó a la realidad y miró confundida a su alrededor, tratando de ubicarse.

–¿Qué viste? –quiso saber Ana ansiosa.

Eunice clavó la mirada en los ojos negros de su amiga, no supo cómo explicarle las imágenes que se habían presentado frente a ella.

–Yo...–suspiró–. Vi a Greg.

Cada músculo en el cuerpo de Ana se cimbró automáticamente al escuchar aquel nombre.

–¿Qué viste?

–Greg se va a enterar de todo, Ana.

–¡No!–dijo con el gesto decidido, mientras se levantaba de golpe de la cama.

–Lo siento...eso es lo que vi. No estará en tus manos evitarlo.

–¡No!–ahora la negación se había convertido en un grito lastimero.

Ana caminó hacia la ventana y contrajo los músculos de su espalda para liberar sus alas. Pero Lucifer se lo impidió, rodeándola por la espalda con sus poderosos brazos.

–¿A dónde planeas ir?–le preguntó, sosteniéndola con fuerza.

–¡Déjame ir!–Ana forcejeaba inútilmente–.¡Tengo que verlo!

LA BATALLA DEL ANGELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora