El Paraíso

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Sam golpeó con suavidad e insistencia a la vez. Así es como él era: paciente, pero con determinación. Ya no sabía si esa era su personalidad, o si las extrañas circunstancias de su vida lo habían llevado a ser así. Y vaya que su personalidad le había generado penas. Con sólo pensar en las peleas con su padre, o las heridas miradas que Dean le daba cada vez que "desestabilizaba" (¿se puede desestabilizar algo que ni siquiera es estable?) la armonía familiar, le hacían recordar que su carácter le dificultaba su vida. Quizás si fuese más como su hermano, y hubiese seguido el camino fijado....Pero no. No era así. E incluso lo había abandonado todo por querer seguir su propio destino...

Y así le había ido. Para la mierda.

Así que mejor dejar el cansancio y las dudas de lado y seguir adelante. A fin de cuentas, estaba seguro de que era lo que Dean estaba haciendo. Era obvio que incluso su hermano, siempre tan dispuesto a seguir el camino de su padre, estaba harto de aquella vida. Se veía en sus ojos sin brillo, en sus chistes cada vez menos ingeniosos, en sus sonrisas cada vez más fugaces. Pero Dean era terco y leal, y Sam sabía que no dejaría todo, sino que seguiría adelante hasta que no pudiese más. Y Sam no lo dejaría, no otra vez. Si ambos debían seguir hasta desgastarse, lo harían juntos.

-Está cerrado.-anunció una cantarina voz desde adentro.-Abrimos en dos horas.

Sam reconoció esa voz al instante, y no pudo evitar sonreír. No entendía por qué, pero ese simple sonido parecía refrescar por un instante su corazón. Aun así, se recordó a sí mismo que estaba trabajando, y debía ser un profesional. Más aún si quería demostrarle a Dean que podía hacer aquello solo.

-FBI.-dijo en un tono de voz alto, deletreando las sílabas con claridad.

A los pocos segundos oyó unos pasos que se aproximaban. Se acomodó el cabello automáticamente. La puerta se abrió pero solo un poco, pues estaba trabada desde adentro con una cadena para mayor seguridad. Por fin, el rostro de Gabriel se asomó, y a Sam no se le escapó la manera en la que el otro sonreía al verlo.

-Oh, eres tú, el chico de sonrisa amable.-comentó, haciendo que Sam se sonrojara.

-Hola.-fue todo lo que pudo responder.

Cuando Gabriel destrabó la puerta y la abrió, el olor a azúcar inundó al Winchester. ¿Sería un perfume, o simplemente la esencia de aquel excéntrico muchacho? Lo que fuera, llenaba sus fosas nasales al punto de cosquillearle la nariz. Gabriel hizo una reverencia indicándole a Sam que ingresara, y no pudo evitar sonreír. El más bajo miró confundido hacia afuera.

-¿Y el mono sin pelo de tu hermano no vino?

-Hey.-dijo Sam con ligero reproche. Ese chico era realmente atrevido, para bromear así acerca de un federal.

-¿Cómo era su nombre? ¿Dean? Sólo recuerdo que tú eres Sam.-respondió mientras guiñaba un ojo coquetamente, desarmando al Winchester por completo.

-Solo vine yo. Dean está atendiendo otros asuntos.-respondió intentando mantener la compostura ante la desfachatez ajena.

-Mejor. Mucho mejor.-dijo con diversión al tiempo que cerraba la puerta.-Sígueme.

Sam obedeció. Recién entonces miró en donde se encontraba: efectivamente, era un bar. No muy grande, pero acogedor. Había varias mesas contra la pared y en el salón. En el medio se encontraba la barra, con los respectivos asientos altos. No era un bar de mala muerte, ni tampoco demasiado lujoso. Aún si estaba cerrado, se percibía un ambiente íntimo y de cierta tranquilidad.

-¿Te gusta mi paraíso?-preguntó Gabriel extendiendo los brazos, presentando su bar.

-Se ve bastante acogedor.-admitió Sam, mirando los alrededores.

El asesinato de Anna Milton [Destiel]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora