Charla de Café II

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Castiel dejó de mirarlo para tomar un trozo de la tarta. Se quedaron en silencio unos momentos, Dean demasiado abrumado por todas las sensaciones que sentía como para hacer un chiste o un comentario. Por fin habló el oji azul, y Dean agradeció que no volviese sobre el tema de su vida en constante viaje. Supuso que así como podía imaginarse –evidentemente- las miserias de aquel modo de vida, Castiel había sido lo suficientemente amable para no seguir indagando en ello. Al menos por ahora.

-Es curioso.-comentó casi desinteresadamente Castiel.- En esta ciudad pasé de ser un don nadie a esto.

-¿Preferías ser un don nadie?-'preguntó con sincera curiosidad.

-En parte da igual.-alzó los hombros. Y como si se le hubiesen escapado las palabras, agregó en un tono de voz más grave- De ambas maneras estoy solo.

Dean lo miró con compasión y comprensión. Era obvio que a Castiel no le gustaba ser el centro de atención, pero que le confesase su soledad de esa manera lo hacía angustiarse. Como si quisiera levantarse de su asiento, rodear la mesa y abrazarlo. Pero no podía hacer eso.

-¿Por qué no cambias de trabajo?

-¿Es esto un interrogatorio, o una consulta psicológica?-preguntó Castiel con obvia molestia.-Porque no me agrada ninguna de las dos opciones.

-Y no es nada de eso.-dijo firmemente, mirándolo fijamente.- Solo...me interesa saber de ti.

Castiel contuvo el aire ante aquella muestra de preocupación tan honesta y dulce. Miró a Dean, y los ojos verdes brillantes suplicaban que le creyese. ¿Cómo no hacerlo, cuando era obvio que Dean no buscaba lastimarlo? Por más que se empeñase en recordar que estaba frente al agente del FBI que investigaba su caso, Castiel no podía evitar creer en Dean. Era un conflicto interno que solo parecía tensionarse más en momentos así, cuando charlaban casualmente sin gritos ni ironías. Suspiró, sabiéndose rendido ante aquellos ojos de bosque.

-No me molesta el trabajo en sí. Una vez que aprendes ciertas técnicas no es muy complicado. En su momento me permitió dejar de molestar a Gabriel. Además no tengo un horario fijo y eso me permite...hacer otras cosas.-confesó.

-¿Cómo estar en El Purgatorio?

La mirada que Castiel le dedicó a Dean le indicó que había metido la pata, muy, muy hasta el fondo. El rubio no lo había dicho con maldad ni con segundas intenciones, si no que la idea había llegado a él como algo obvio. Al parecer Castiel no frecuentaba muchos lugares, sin embargo, ese parecía tener una importancia particular para él, fuese lo que fuese. Si le decía que el trabajo de modelo le permitía hacer otras cosas, ¿no era obvio que se refería a pasar tiempo en ese lugar? Pero claro, al parecer era tan especial para él que no quería que un maldito policía siquiera lo nombrase. Dean continuó comiendo, esforzándose para no parecer nervioso. Sin saber por qué, le dolía la idea de haber molestado a Castiel. Solo quería saber un poco más de su vida. ¿Por qué tenía que ser tan cuidadoso? Oh, cierto. Quizás se debiese al hecho de que era un agente del FBI hablando con un sospechoso.

Castiel estaba preparado para lanzarle un par de palabras hirientes, o directamente tomar sus cosas e irse en vez de seguir viendo esa hermosa e irritable cara. Sin embargo, cuando iba a hacer algo, le llamó la atención algo en el rostro ajeno. Dean lo miraba con verdadera angustia. Como si se hubiese dado cuenta del silencio sepulcral entre ellos, y supiese que había sido su culpa. Pero eso no podía ser, ¿cierto? Dean era un policía, y esos bastardos no pensaban más que en ellos mismos. ¿Por qué, entonces, la expresión de Dean le encogía el corazón? Con un remolino de emociones encima, Castiel no supo reaccionar. Y lo único que lo devolvió a la realidad, fue el trozo de tarta que había quedado pegado a un costado de los labios de Dean, quien evidentemente no se había dado cuenta. Con esa muestra de torpeza, en combinación con la expresión culposa ene l rostro y en la mirada, la imagen de Dean había pasado en un instante de la de un policía imbécil en una búsqueda hiriente de información a la de un chico tierno y necesitado de cariño, que envió una oleada cálida al gélido corazón de Castiel. Como otras veces, en un instante Dean derretía sus barreras y volvía a ser aquella persona que fuese alguna vez, que no guardaba tanto rencor adentro. No pudo más que sonreír con ternura, sintiéndose abrumado y perdido. El rubio lo miró con sorpresa, pues era obvio que sabía que estaba molesto, y probablemente esperase que se fuera, no que lo mirase de esa manera. Eso solo logró enternecer aún más a Castiel. El oji azul estiró su mano, y el rubio, sin comprender nada, no hizo más que quedarse quieto, a la espera de lo que fuera. Castiel limpió el pedazo de tarta tomándolo con el dedo índice, y aunque estuvo sumamente tentado de deslizarlo hasta los labios de Dean e introducirlo para generar una imagen demasiado sensual, se resistió pues sabía que sería demasiado incorrecto. Simplemente lo llevó a su propia boca, saboreando el sabor de la tarta que recientemente había estado sobre la pulcra piel del policía. Dean pestañeó con sorpresa, y el sonrojo que cubrió sus mejillas lo volvió más irresistible y adorable aún. Curiosa combinación que solo Dean Winchester podía lograr.

El asesinato de Anna Milton [Destiel]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora