La Foto I

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Abrió los ojos cuando escuchó los golpes en la puerta. Pestañeó con cansancio, sintiendo que no había dormido lo suficiente como para recuperar todas sus energías. Por un momento olvidó dónde estaba, que día era, qué hora. La luz que se filtraba por la ventana le indicaba que era de día, aunque tampoco había tanto ruido afuera como para que pensara que era la tarde. Suspiró mientras se sentaba en la cama. Se llevó la mano a la cabeza, sintiendo una pequeña punzada en ella, producto de la noche anterior. Pero, ¿por qué se había despertado? Su plan claramente era dormir bastante ese día ya que se había acostado muy tarde la noche anterior luego de una agotadora jornada. ¿Entonces...? Volvió a oír los golpes en la puerta. Maldición, pensó. Bueno, fuera quien fuera él no atendería la puerta, no así de dormido y agotado. Se acostó de nuevo con pesadez en la cama, y se llevó las manos a la cara. La cabeza no dejaba de darle vueltas. Y en el fondo sabía que no se debía a la falta de sueño, o al ajetreo de hacía unas horas. Quien giraba en su mente, una y otra vez, era ese policía que había conocido. Dios, la sola palabra lo asqueaba. Pero no podía evitarlo. Los ojos verdes y brillantes, la sonrisa un poco arrogante (¡cómo le gustaba y odiaba a la vez esa arrogancia! ¿Siquiera era posible ese sentir tan paradójico?), el cabello lustroso, la piel que se veía suave, invitándolo sutilmente a tener pensamientos indecorosos....

Los golpes en la puerta otra vez. Esta vez agradeció que al menos hubiese interrumpido su línea de pensamientos. Porque sí, le parecía atractivo físicamente y en personalidad ese tal Dean Winchester, pero no debía olvidar que se trataba de un maldito policía. Uno muy excitante, a decir verdad. Y es que esa mezcla de violencia, buenas intenciones, sagacidad, coqueteo y arrogancia había calado más hondo en él de lo que hubiera pensado. Con sólo recordar su primer encuentro...si hasta podía jurar que el tiempo se había detenido en cuanto subió la cabeza y su mirada chocó con aquellas gemas verdes. Y que lo matasen si no podía jurar también que esos mismos ojos brillaron especialmente cuando se encontraron con los suyos propios, ¡si hasta habían sonreído! Y lo hubiese gratamente invitado a sentarse a tomar un café con él, incluso lo hubiese pagado sin pensar. Pero por suerte había reaccionado lo suficientemente rápido. Porque su sensatez le había indicado que ese muchacho no era precisamente alguien en quien confiar. Su vestimenta, su postura, y el hecho de estar al lado de alguien con esas características similares, lo pusieron alerta. Dos personas de traje que te buscan específicamente en el bar que frecuentas no es una buena señal. Y la vida de Castiel había estado plagada de tantas malas señales –y hechos- que ya era un experto en reconocerlas. Sabía que esos dos no le auguraban nada bueno. Aún si Dean fuese tentador. Y lo había confirmado enseguida, cuando el hombre sexy se convirtió en un patán de primera, un estereotipo gastado de policía rudo. Enseguida habían comenzado a discutir, y vaya si no había disfrutado de ver a ese idiota perder los estribos ya que él no seguía su guión. Tenía que admitir que tenía una personalidad fuerte, y una gran determinación. Pero eso no bastaba para que Castiel cediera, no cuando se trataba de un maldito policía. No se la haría fácil. Menos si tenía esa actitud apasionada y violenta, como cuando lo había estampado contra la pared, esperando asustarlo. Más que controlarse de llorar o algo así (como seguro había querido el otro provocar), había tenido que controlarse de no acortar la distancia que los separaba y encajarle un apasionado beso a ese rostro tan cerca del suyo que hasta podía contarle las pecas (que, ya que estamos, le daban un aspecto adorable al policía rudo). Con los alientos mezclándose y las narices tocándose, lo que menos había sentido Castiel había sido miedo.

De nuevo su línea de pensamientos se vio interrumpida por el sonido de los insistentes golpes en su puerta. Evidentemente, fuera quien fuera iba a seguir esperando que él atendiera, aunque no eran sus planes. Total, ¿quién podía ser? No tenía nadie que fuese a visitarlo a su casa. Pero allí estaban esos golpes claros y precisos. Suspiró, cansado y rendido. Se levantó como pudo, y tomó una camisa blanca que ni siquiera se molestó en abrochar. Se dirigió desde el cuarto a la cocina-comedor donde estaba la puerta principal, mientras se colocaba descuidadamente la camisa. Sin tratar de arreglarse siquiera un poco, abrió la puerta.

El asesinato de Anna Milton [Destiel]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora