Lisa & Ben

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Dean miraba todas las casas, esperando encontrar el número que le habían indicado. No podía evitar maldecir por dentro mientras tanto, pues sólo recordar lo indiferente que había sido aquel hombre lo sacaba de sus casillas. Quizás estuviese un poco menos tolerante que lo normal (podía deberse al cansancio, al recuerdo del idiota de Castiel, o al hecho casi evidente de que en esa ciudad a nadie le importaba demasiado la policía), pero ¡¿cómo no querer matar a un hombre que ante la mención del asesinato de una de sus ex empleadas lo miró como si fuera una pared?! Dean golpeó levemente el volante, mientras suspiraba. Había recorrido varias pastelerías, pues Castiel no le había dado ningún nombre, esperando hallar aquella en la cual Anna había trabajado, si es que el oji azul no mentía. Al fin lo había logrado, en un local pequeño pero agradable. Había pedido hablar con el jefe, mostrando su placa de FBI para acelerar el asunto. El hombre, un señor cincuentón que parecía más interesado en ojear el trasero de sus mozas que en contestar su pregunta, pareció desorientado ante el nombre Anna Milton. Recién cuando Dean le mostró la fotografía pareció reconocerla, aunque no sin esfuerzo. Al parecer había trabajado poco tiempo allí, lo cual sorprendió al agente. Había varios meses de diferencia entre la fecha en la cual Anna había dejado el empleo y del día en el cual la habían encontrado muerta en su departamento. Bien, al menos avanzaban en el caso. El problema surgió cuando Dean quiso saber cómo era Anna en el trabajo, pues el hombre no tenía mucho contacto con sus empleadas. Por suerte, le indicó que la pelirroja hablaba relativamente bastante con otra moza. Sin embargo, las cosas no eran tan simples, pues la muchacha se había pedido el día para cuidar a su hijo enfermo. Así, le dio la dirección a Dean, quien se estaba hartando de tantas vueltas, así que decidió ir a la casa de la mesera para ver si podía darle algún dato útil de Anna, pues era la última persona que la había visto con vida que conocían.

Y allí estaba, buscando la bendita casa. Sólo esperaba que al menos la muchacha fuese más agradable que el idiota del dueño. Dean no soportaba la gente a la que no le importaban los demás. Sí, podía parecer rudo y un poco tonto a veces, pero en verdad tenía un gran sentido de la justicia, y, sobretodo, una profunda sensibilidad hacia los demás. Por algo había escogido seguir siendo agente, aun cuando hace años que ya había cumplido el objetivo que se había propuesto. Porque sí, las circunstancias lo habían llevado a ese modo de vida, pero Dean era consciente de que también él lo había elegido. Y sabía también que no había vuelta atrás. Él ya conocía las miserias de la gente, y sabía lo crueles que algunos podían ser, pareciendo más demonios que humanos. Y muchas veces quienes sufrían esa maldad eran personas inocentes, cuyas vidas se truncaban dolorosamente por la malicia de otros. Él no quería permitir eso. Porque sabía qué ocurría, y sabía que podía detenerlo. Era como haber mirado hacia abajo del abismo: una vez que sabes lo que hay en el fondo, no puedes volver la vista hacia arriba. No podía ver el mundo de la misma manera. Sabía que jamás podría tener un trabajo en una oficina, que no podía tener un empleo común y una familia común y una vida común. Desde los cuatro años que su vida había dejado de ser normal, y nunca volvería a serlo. Mejor aceptarlo, y ponerle el pecho a las balas. Tal como hacían los Winchester.

Y esa línea de pensamientos siempre terminaba en Sam. Sam, su compañero de vida, de miserias y aventuras. Sammy, el pequeño que sabía manejar un rifle con seis años, que a los ocho se quejaba de los constantes cambios de escuela y de ciudad, el adolescente que se había rebelado contra su padre y su vida de porquería y había decidido irse, dejar todo atrás, tener una vida normal. Sam...a quien le había costado mucho más comprender que eso era imposible, que ellos jamás podrían ser normales. Y la vida se lo había demostrado de la peor manera posible, con un dolor insoportable. Dean a veces se preguntaba cómo Sam seguía levantándose por las mañanas. ¿Cómo podía, con todo lo que había sucedido, y tras saber la terrible verdad de todo, seguir sonriendo? Algunas veces daba la impresión de que Dean no creía que Sam fuese fuerte. Pero era todo lo contrario. Lo consideraba tan, tan fuerte, que tenía miedo de que toda esa fuerza lo hiciera colapsar. Y él no podría soportarlo.

El asesinato de Anna Milton [Destiel]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora