Almas

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Los focos de las luces iluminaban intermitentemente el interior del Impala. Los ojos verdes estaban fijos en los semáforos, hasta que no hubo más, porque en las calles más cercanas a los suburbios no había. También las luces iban desapareciendo, pues había muchas menos farolas que en el centro de la ciudad. Dean miraba las calles con cierto interés. Pensaba que, a diferencia de otras personas, si él tuviese una vivienda fija, le gustaría vivir en un lugar así. Aunque podía ser más inseguro (cosa que personalmente no le afectaba, dada su formación), y en general la población era más pobre, le gustaba la idea de un lugar silencioso y alejado del bullicio del centro y de los negocios y de los bares y de la gente.

Dean rió sin gracia. Contadas veces había pensado en cómo continuaría aquella maldita frase, "si tuviera una casa...", pues la idea era tan absurda como pensar con qué alimentaría a un unicornio si hallase alguno. Y, sin embargo, algo en aquel lugar hacía que ese olvidado pensamiento, llevado por auto supervivencia a un rincón oscuro de su mente, emergiera con fuerza. Aunque, ¿era algo o alguien quien rescataba esa anhelada idea de la perdición? Dean sacudió la cabeza, reclamándose a sí mismo. Había pasado por ciudades como aquella un centenar, ¡no! miles de veces, y en todas había logrado mantener su estúpido deseo de un hogar enterrado en un abismo tan profundo que siquiera en sueños aparecía. Si siempre había podido hacerlo, ¿por qué ahora costaba tanto? Incluso no pudo evitar el recuerdo de aquella noche con Sammy, perdidos como siempre en un motel en medio de la nada, con varias copas de más, hablando del tema. Y Sammy le había confesado que a él le gustaría tener un lugar con patio porque quería tener un perro, un perro grande de esos que te acompañan a todos lados y te recibe poniéndose en dos patas, y claro, le había respondido Dean, eres tan alto que jamás logrará derribarte, y rieron porque no querían llorar.

El corazón se le estrujó lo suficiente como para bajar la velocidad, agradeciendo que no circulase ningún auto. De hecho, no había nadie; tan solo se oía el rumor del Impala, y de un corazón agitado. Era tanto el silencio que se sorprendió cuando distinguió algunas pisadas en la acera. Como iba lentamente, pues el desastre emocional que era en ese momento lo habían obligado a casi frenar, no le costó ver el origen del sonido. Alguien venía corriendo por la acera. Pero no estaba corriendo rápidamente, como si huyese de alguien. Corría como un trote, haciendo ejercicio. Lo cual no hubiese sido raro si fuese de mañana o de tarde, pero de noche llamaba la atención. Extrañado, Dean quiso ver cómo era el rostro de alguien tan loco como para salir a hacer ejercicio a la noche. Sin embargo, el corredor nocturno estaba encapuchado, así que no pudo distinguir nada de él. Realmente si no corriese a esa baja velocidad, y con los brazos en ejercicio, Dean hubiese pensado que se trataba de un asaltante. Una vez que la persona pasó, el rubio le restó importancia, pero le agradeció mentalmente por sacarlo del pozo de recuerdos inútiles en el cual se había sumido: la distracción había servido. Así, aceleró el Impala, recordando su misión original.

Dean estaba cerca de la casa de Castiel, así que llegó a los pocos minutos. Estacionó, tomó el libro que tenía en la guantera y salió del Impala. Subió la escalera, caminó el pasillo, tocó la puerta del departamento y esperó. Esperó. Tocó de nuevo. Esperó. Esperó. Tocó de nuevo. Esperó. Esperó. Miró por la cerradura y vio que la luz estaba apagada. Suspiró, dándose cuenta que Castiel no estaba en su casa.

Insultó mentalmente al chico de ojos lindos. La noche ya estaba bien entrada. ¿Dónde podría estar a esas horas? No es como si fuese de su incumbencia, claro. Solo quería devolverle apropiadamente el libro, y el muy maldito no se dignaba a estar en su casa. ¿Acaso había fantaseado con su cara de sorpresa al ver que era él quien tocaba su timbre? ¿Había imaginado su expresión, quizás cómplice, quizás realmente sorprendida, cuando le mostrase el libro que se había olvidado en la cafetería? ¿Se había regocijado al ver su agradecimiento? ¿Había querido ser invitado a pasar, y tener que negarse por una cuestión de tiempo? ¿Y así reafirmar el próximo encuentro, en El Paraíso?

El asesinato de Anna Milton [Destiel]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora