quatre

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El sueño de la noche anterior había sido increíblemente confuso. V estaba presente sin falta, pero algo era distinto: no estaba utilizando su máscara, aquel llamativo accesorio que le caracterizaba como la personificación de lo oscuro, intrigante y aterrador. Se veía de una forma algo apagada esta vez, tranquilo y misterioso.

El escenario era especial también, y a diferencia de los demás, era un sitio que estaba segura de jamás haber visto: un pasillo extenso, cuyos dos extremos estaban conformados por árboles de cerezo que se alzaban maravillosamente, rodeándonos con delicadeza. Pude reconocer, además de las flores de cerezo caídas en el suelo, unas bonitas gardenias. V se encontraba frente a mí, observándome con una expresión que no supe interpretar. Sin formular ninguna palabra, se volteó y caminó a paso lento hacia el frente, dejándome atrás poco a poco. Dudé por un momento, pero me dirigí con pasos cortos hacia él. Lo observé en silencio: su espalda ancha y contextura imponente; su cabello oscuro de mechones rebeldes; la rosa blanca que sostenía en una mano. Aún me seguía fascinando el hecho de que su aura se sentía como la mezcla más intrigante de todas, algo angelical, algo peligroso.

Un pétalo de aquella rosa blanca se desprendió de su base y descendió hacia el suelo tiñéndose de negro en el proceso. Lo mismo seguía pasando a cada metro que caminábamos. Uno tras uno fueron cayendo, y el paso de él fue haciéndose lento hasta alcanzar lo preocupante, tambaleante. Aún con dos pétalos en la rosa, V cayó de rodillas repentinamente en el suelo y comenzó a gruñir y gemir de dolor. Me detuve en ese instante mientras lo observaba encorvarse y el segundo pétalo caía. Lo escuché sollozar, y un impulso de idiotez me guió hacia él. Me coloqué de rodillas frente a su frágil figura y, por primera vez, no sentí una amenaza ante su ser. Un jadeo se me escapó al sentir cómo tomó con firmeza mi mano, casi en un acto desesperado. Me miró a los ojos y pude ver que éstos no detonaban aquel aire maligno de siempre, pues aquellas esferas de brillo débil expresaban pánico, dolor... Cosas que debía estar sintiendo yo, según tenía entendido por lo establecido en su juego macabro.

No me atreví a formular palabra alguna, mucho menos cuando se abalanzó sobre mí e intentó refugiarse en mis brazos. Lo sentí temblar cuando mis manos indecisas se posaron sobre su espalda y lo acaricié con cuidado para que se calmara.

En ese momento no me reconocía a mí ni a él. Sólo podía preguntarme dónde había quedado el V que sonreía con goce cada vez que sus torturas me arrebataban gritos de terror o me llevaba al borde de un ataque de pánico. Quien estaba frente a mí era pequeño ante mi tacto y susurraba incoherencias que solamente eran frenadas por sus quejidos.

─L-Lo siento... Por favor, perdóname ─murmuró de modo suplicante. Por alguna razón, acerqué mi mano a su mejilla y le proporcioné una caricia delicada, tal vez buscándole un consuelo que no estaba segura de darle. Él jadeó ante semejante gesto y pronto las lágrimas comenzaron a fluir sobre el bello lienzo que era su rostro ─. Te lo suplico, HeeSook... ¡agh!... Yo d-debo... ¡n-no! ─exclamó con un notorio dolor. Parecía que algo en su interior lo estaba dañando con fiereza, o tal vez, cambiando. Debía ser, pues se llevaba la mano que no sostenía la mía al pecho y gruñía con fuerza. Sentí que su cuerpo comenzaba a hervir, como si una fiebre demencial lo estuviese atacando de repente. En un acto algo desesperado, tomó mi rostro entre sus manos y me acercó al suyo. Yo solamente pude observarlo completamente perpleja y el miedo e incomodidad ante la extrañeza de la situación comenzó a generarse en mi interior ─. N-No puedo controlarlo aunque quiera... ─susurró sobre mis labios y acarició el inferior lentamente con su pulgar. Mi corazón comenzó a latir con frenesí y quise alejarme de él debido al bochornoso y abrumador sentimiento que invadía mi ser. Aún así, y por alguna razón desconocida para mí misma, cuando V no me permitió alejarme, solamente lo acepté. No le impedí sostenerme de aquella forma y tampoco lo detuve cuando su boca envolvió la mía en un beso que se sentía extraño, amargo y dulce a la vez. prohibido. Un calor sofocante era emanado por sus labios al igual que el resto de su cuerpo, y eso impulsó a que me recorriera un escalofrío electrizante por todo mi ser. Me quemaba, sabía que estaba siendo irracional al besarlo, pero probar aquel elixir se me presentaba como una necesidad. Lo sentí temblar ligeramente y, luego de un gemido de dolor casi imperceptible, se separó de mí.

v ; kthDonde viven las historias. Descúbrelo ahora