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El filósofo alemán Arthur Schopenhauen defendía que el mal poseía un punto de partida: nosotros mismos. Se trata de algo natural, como el mismísimo amor, la violencia o el deseo. A partir de esto, podemos entender que nuestra inmensurable alma logra abarcar esos dos extremos tan dispares. Por otra parte, Friedrich Nietzsche una vez dijo, yendo aún más allá, que el mal residía en todas partes. No era circunstancial, ni mucho menos una malformación. No se trataba de un accidente, en lo absoluto, pues si nos dedicamos a observar la naturaleza, encontraremos maldad y bondad en partes iguales.

Así, con esos pensamientos ajenos invadiendo los míos, intenté comprender entonces el porqué de mi inquietud. Quería descifrar porqué no lograba encontrar aquél lado bondadoso al mirar a los ojos del joven hombre frente a mí. Si dentro de nosotros y en la naturaleza, la maldad y bondad estaban repartidas como un mazo de cartas, no entendía el juego que se estaba desarrollando en la mirada de ese individuo, que parecía conformado solamente por macabras intenciones siendo comprimidas y ocultas en una simulación de inocencia. No comprendía mi propio pavor hacia su persona, y a su vez, tampoco lograba entender su interés por conocerme.

Cuando Vaeros se unió a nuestro pequeño círculo de interacción, pude ver miles de emociones cruzando por su semblante. Su dichoso hermano sonrió con inocencia, restándole importancia al encuentro que, al parecer, Vaeros buscó evitar a toda costa, evidentemente, siendo ignorado por completo.

Nada me indicaba que podía confiar en él, ni siquiera el lenguaje corporal de su propio familiar. Mientras yo intentaba mantener la compostura y no lucir como un manojo de intriga y desconfianza, Vaeros apenas lograba esconder que, sin duda alguna, su presencia le resultaba martirizante. Era la segunda vez que lo veía tan preocupado ante la presencia de alguien. La primera vez, fue Azazel. Ahora, su hermano quien, a juzgar por el tono infantil y vivaz con el que lo llamó "hyung", debía ser el menor entre ellos dos.

─¿Por qué tienes esa cara? ─preguntó, sin borrar su expresión tan traviesa, pretendiendo que no comprendía su error del todo. La similitud entre ellos dos, actuando como desentendidos mocosos, era algo cómica. De no ser por la situación, quizás me hubiese reído ante el parecido.

─Quizás debería refrescar tu memoria para que logres entender ─sus palabras, dichas en un tono sumamente amenazante, lograron encender mis alarmas. Pensé en el sitio, el modo, y las posibles consecuencias. Si llegaban a una discusión, seguramente terminaría en algo muy ajeno a la típica disputa de club nocturno. Estábamos hablando de dos entidades que, sin lugar a duda, emanaban una energía peligrosa, acompañadas de habilidades paranormales que nadie sabría cómo detener.

─No, gracias ─el joven y apuesto hombre rió con suma despreocupación. Se acercó a mí, ignorando por completo el enfado de Vaeros y, dando media vuelta sobre sus talones, se sentó con tranquilidad a mi lado. Cruzó sus piernas y se inclinó en mi dirección, con sus grandes y redondos ojos brillando de forma pícara, pero a su vez, con un aura aniñada ─. Estoy en medio de una conversación ─sonrió sin separar sus labios, tan relajado como si Vaeros no estuviese perforándolo con su rojiza mirada. No sabía cómo actuar, pero quería ser lo más cautelosa posible ─. No seas tan amargado y desconfiado... Jamás perdería el control con ella ─esta vez, aquella juguetona mirada que poseía, se suavizó. Como si intentara tranquilizarlo y recordarle que, en el fondo, él sabía que aquella era la realidad. Tragué en seco al entender la situación, completamente segura de que "perder el control" equivalía a desatar una bestia demoníaca que, muy posiblemente, pudiese acabar con mi vida en un chasquido. Aún así, no demostré que me resultaba algo tétrico aquél detalle, mientras me ponía de pie y me acercaba a Vaeros. Antes de interrogar a su hermano, debía asegurarme de que se encontraba todo bajo control con él mismo.

v ; kthDonde viven las historias. Descúbrelo ahora