onze

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El peor escenario jamás imaginado en aquél día estaba sucediendo: un almuerzo tedioso e incómodo, donde la mediadora entre las electrizantes miradas y los comentarios provocadores, era yo. En la mesa cuadrada de mi comedor estábamos sentados los tres; Vaeros en una punta, yo en uno de los extremos, y JinWoo en la otra punta. El ambiente era tenso y abrumador, de aquellos que no dejarían a nadie tragar un bocado al estar tan martirizado por lo que vendría a continuación. Por supuesto, sólo me afectaba a mí. A ellos, en su egoísta afán por demostrar ser superiores que el otro, no les estaba importando situarme en el medio de tan indeseable acontecimiento.

¿A quién se le había ocurrido semejante posibilidad para el desastre? Bueno, ciertamente, creo que sería totalmente innecesario decirlo y dejarlo a deducción propia. Si no me hubiese confesado que era un híbrido de ángel y demonio, hubiese jurado que era el mismísimo Dios del Caos. Tal vez, si lo pensaba mejor, su naturaleza era ideal para provocar situaciones así sin mucho esfuerzo.

─Has mejorado en la cocina, JinWoo... Fue un lindo gesto que quisieras cocinar ─comenté, en un patético intento porque ambos dejaran de lanzarse miradas tan cargadas de recelo. Los ojos de mi mejor amigo se posaron sobre mí en aquél instante, dejando de lado su duelo intenso de miradas con Vaeros, para sonreírme dulcemente.

─Me enseñaste bien ─rió, en un tono coqueto que jamás me había enseñado. Me contuve para no mirarlo extrañada ante ese detalle, porque creía que lo estaba haciendo a propósito ─. Deberías ir a casa a cenar mañana, podríamos...

─Suena estupendo ─le interrumpió Vaeros, con una sonrisa casi tan falsa como su fachada de humano común y corriente. Sus dedos envolvieron el tallo de la copa de vino, guiando dicha copa hacia sus labios. Bebió el contenido entero, echando la cabeza hacia atrás con gracia, de manera tan profesional como su tolerancia al alcohol me lo demostraba ─. Podríamos ir este fin de semana. 

─No es mi estilo invitar a extraños ─replicó JinWoo, en un tono gélido. La decisión inquebrantable mostrándose en sus ojos de mirada recelosa me hicieron tragar uno de los bocados con fuerza. Conocía a Vaeros como para saber que no se quedaría atrás en el absurdo juego de "yo te detesto más de lo que tú me detestas a mí" que ambos estaban montándose.

─No somos extraños, en realidad... ¿No eres como el hermano de HeeSook? Eso te convierte en mi cuñado, o algo así... ¿no? ─la provocativa manera en la que alzó una ceja y sonrió torcidamente, me hizo apretar la mandíbula con fuerza. Algo dentro de mí me estaba gritando que si no detenía lo que estaba ocurriendo, terminaría en algo peligroso.

─¿Qué están diciendo? ─solté, riendo con algo de nerviosismo, sin querer reír en lo absoluto. Negué con la cabeza y me puse de pie, decidida a dirigirme a la cocina con una excusa que me sacara de allí. Si ganaba algo de tiempo, podría evitar el desastre.

Una vez que me encontré en el entorno pacífico de mi cocina, suspiré pesadamente, apoyando las manos sobre el mesón y quedándome en aquella posición por varios segundos, simplemente pensando en qué debería hacer. ¿Cómo lidiar con dos hombres cuyas intenciones y naturalezas eran polos opuestos? Sobre todo, cuando uno de ellos es alguien como Vaeros. Sabía que él no buscaba dañarme, pero estaba segura de que la historia era totalmente distinta si era JinWoo el involucrado. Por alguna razón, veía un rechazo tan oscuro en los ojos de Vaeros cada vez que lo observaba. Era casi como si estuviese cara a cara con su mayor enemigo.

Me dirigí hacia la nevera, sin darle más vueltas al asunto. Decidí sacar uno de los recipientes que tenía con fresas, suponiendo que la idea de comer un postre los distraería de su repulsión mutua por varios minutos, hasta que JinWoo abandonara mi departamento. En mi corto camino devuelta a la sala de estar, pude escuchar sus voces. Apresuré mi paso, pero ya estando en el marco de la puerta y a punto de salir, un escalofrío me recorrió el cuerpo y un calor me invadió, petrificándome en mi sitio. JinWoo estaba de espaldas a mí y no podía verme, pero Vaeros, desde la otra punta, conectó por un milésimo segundo su mirada con la mía. Estaba furioso, se notaba en su ceño fruncido y la manera en la que su mandíbula resaltaba ante la presión que ejercía sobre ésta. Mi estómago se revolvió de tan sólo pensar en qué podría suceder a continuación. Mis intenciones de alzar la voz para anunciar mi presencia fueron interrumpidas por una ajena, la de Vaeros. Pero diferente a lo que cualquiera pensaría, sus palabras no fueron expulsadas de sus labios. Lo escuché en mi propia mente, justo como el día en que nos habíamos topado terroríficamente por primera vez. No despegó sus ojos de mí cuando lo escuché decir: "Quédate donde estás, querida HeeSook". Mi cuerpo reaccionó dando un torpe paso hacia atrás ante la sorpresa, pero no hice le ruido suficiente como para llamar la atención de mi mejor amigo. 

v ; kthDonde viven las historias. Descúbrelo ahora