neuf

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Mentiría si dijera que no estaba siendo intimidada por la figura de Vaeros frente a mí. Ambos nos encontrábamos sentados a cada extremo de la mesa del comedor, cada uno con una copa de vino enfrente y diversos platos llenos con la comida que ordené minutos atrás. Llevé la copa a mis labios y le di un sorbo, tragando dificultosamente ante la sonrisa torcida que percibí en los labios de él. Lo estaba haciendo adrede para llenarme de nerviosismo. El beso que habíamos compartido tuvo un efecto sobre mí, estaba claro. Había sentido una descarga eléctrica que se alojó en mi estómago, un calor que encendió el rubor en mis mejillas, un escalofrío que se encargó de erizarme todos los vellos del cuerpo... Y todo por un simple beso. Él estaba consciente de ello, lo podía notar cada vez que buscaba mi mirada para observarse con una complicidad romántica, diciéndome en silencio que atesoraría ese encuentro sin que nadie pudiese saberlo más que nosotros dos.

Mis dedos repiquetearon sobre la mesa de madera, mientras mordisqueaba mi belfo inferior y buscaba las palabras adecuadas para iniciar semejante diálogo. No todos los días interrogaba de esta forma tan poco profesional a alguien como él, con el cual había tenido cierta intimidad y una historia confusa que debía desmenuzar y descubrir poco a poco; además, siempre interrogaba a personas que estaba más que claro que eran comunes y corrientes en cuanto a sus habilidades físicas. No podía decir lo mismo del sujeto frente a mí. Algo en él no era normal, podía sentir una oscuridad fuera de este mundo rodeándolo cada vez que me concentraba en su ser.

—Perdiste la voz de repente, querida HeeSook... ¿No teníamos un trato? —arqueó una ceja, cuestionándome aquello. Asentí ligeramente, sintiendo que su voz retumbaba en mi cabeza y aceleraba mi corazón en demasía. ¿Qué me estaba pasando? Por alguna razón, sentía que estábamos conectados de una forma extraña, casi prohibida... Como si algo dentro de mí me gritara que necesitaba estar cerca de él; como si cada cosa que hacía o decía tuviese un efecto casi el doble de potente sobre mí.

—Comenzaré con las preguntas, entonces... —anuncié, aclarando mi garganta. Alejé la copa de mi alcance, sabiendo que aunque deseaba estar un poco relajada a base de alcohol, tampoco podía dejar que éste me arrebate mis sentidos. Necesitaba estar en óptimas condiciones ante cualquier situación que se avecine. Él, por su parte, siguió bebiendo despreocupadamente. Se había bebido más de la mitad de la botella por su cuenta, y no parecía afectado en lo absoluto. Yo había tomado una y media, y ya sentía que debía detenerme. ¿Debía reírme por mi poca tolerancia al alcohol o darle un cumplido a él?

—¿Y bien? —soltó, impaciente. Suspiré y volví a asentir para indicarle que me esperara un momento, pues necesitaba saber por dónde empezar.

—Pues... Debería comenzar con algo sencillo, supongo —dije, en un tono algo inseguro. No estaba del todo enfocada en lo que debería preguntarle, pues sus ojos parecían escanear hasta mis pensamientos. Vaeros tenía una presencia desbordante, era algo innegable, y debía aceptar que estar frente a él se estaba tornando más difícil de lo que creía. Finalmente, decidí respirar hondo y calmar mis nervios comiendo algo de lo servido frente a nosotros —. Entonces, Vaeros... Me gustaría que le dieras una explicación a todo lo que está ocurriendo últimamente, así que comenzaré preguntando algo fácil... ¿Qué clase de persona eres? —cuestioné finalmente, llevándome la comida a la boca.

—Supongo que intento ser alguien bueno, pero eso es imposible a veces —respondió, haciéndome apretar los puños con fuerza. Otra vez intentaba burlarse de mí.

—No empieces —le advertí, luego de tragar mi comida. Recibí una risa de tonalidad grave y melodiosa por su parte. Aquello logró hacerme sentir extraña, casi hasta contagiarme aquél gesto, pero decidí no unirme y mantener mi seria postura.

—De verdad quieres saberlo más que nada... —comentó, sonriendo torcidamente. Apoyó el codo sobre la mesa y descansó su mejilla en la palma de la mano, observándome con una dulzura que no había sido capaz de percibir en él antes. El calor en mi rostro comenzó a crecer hasta hacer que me removiera incómoda en mi silla —. Está bien, te lo diré.

v ; kthDonde viven las historias. Descúbrelo ahora