dix sept

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─¿Puedo pasar? ─pregunté cuidadosamente, asomándome por el marco de la puerta. Aquella decaída mirada se tornó en una de alerta, hasta que logró hacer contacto visual conmigo. Entonces, sus facciones se suavizaron y una apagada sonrisa fue lo que pude vislumbrar por su parte. Asintió ligeramente con la cabeza para responder a mi pregunta, lo cual me impulsó a ingresar en la habitación, luego de recibir su permiso. Posicioné una bolsa de papel color crema sobre una mesa bastante amplia y corrediza, en la cual eran servidas sus comidas diarias. Observó de reojo mi gesto, y estaba completamente segura de que su curiosidad ante el contenido había aumentado a gran escala, pero decidió no acotar nada al respecto. Solía ser bastante callado durante mis visitas, pero hoy lo estaba aún más ─. Tu doctor me ha estado hablando sobre tu recuperación. Todo parece muy alentador, eso es grandioso... ¿No crees? ─indagué, sin conseguir que me dirigiera la mirada por un solo segundo. Podía entenderlo; se sentía completamente abrumado con la noticia matutina que nos tomó desprevenidos tanto al Departamento de Policía, como a la familia de las víctimas, y al aturdido adolescente en cuestión.

Un hombre fue hallado sin vida en su propio departamento. El individuo fue alguien buscado por la policía hacía ya bastante tiempo debido a unos cuantos delitos menores, escondiéndose hábilmente y atacando algunos comercios en distintas zonas. Era escurridizo y escondía su rostro al público que decidía atacar, más que nada si la situación se tornaba violenta físicamente, llegando a apuñalar a sus víctimas, pero jamás a asesinarlas. Como cualquier persona fuera de la ley, era lógico decir que no poseía intención alguna en entregarse. Sin embargo, esta vez algo cambió drásticamente: llamó a la policía y confesó, en el tono más gélido y vacío, que él asesinó al hombre y apuñaló al muchacho aquella noche. Sin nada más para declarar, decidió tomar un arma, apuntar directamente a su sien y, sin vacilar en ningún instante, dispararse a sí mismo.

Tras aquél suceso, nadie quiso ir más allá del veredicto final que declaró a su muerte como un suicidio. Parecía más que obvio después de esa llamada; por la manera en que su cuerpo fue hallado y demás detalles que hicieron de esa escena del crimen algo incuestionable.

Sin embargo, para el adolescente de mirada distante y para mí, la situación no era correcta. Yo estaba segura de que algo no podía resolverse de una forma tan planeada, que el criminal no tendría motivo alguno para confesarse y luego quitarse la vida, después de tantas veces en las que actuó de manera similar. Yo me aferré a mi conocimiento de la verdadera identidad del culpable, pero el joven en la camilla lo hacía a su propia memoria y experiencia en la escena del crimen. Estaba segura de que vio las noticias, de que la imagen del fallecido y supuesto culpable ya habían sido vistas por él. En eso se basaba que no se tragase en lo absoluto aquella historia.

─Agente Do... ─me llamó, en un tono débil y algo temeroso. Su inseguridad me sirvió como una predicción para sus siguientes palabras ─. E-Ese hombre... Él no era el asesino... A-Agente Do, é-él sigue suelto ─sentenció, con los ojos repletos de un temor tan puro que logró erizar los vellos de mi nuca. Me acerqué a su figura automáticamente, intentando prevenir la desesperación por su parte. Veía aquél sentimiento en sus ojos, en su respiración agitada y la forma en la que clavaba sus dedos sobre el colchón. Estaba comenzando a entrar en pánico. Era lógico, considerando las posibilidades que podrían cruzar por su cabeza en aquél momento; los escenarios futuros donde el asesino real vendría a silenciarlo, con un único resultado que hiciera posible ese cometido.

Tomé su mano con delicadeza y le di un ligero apretón, captando su atención al instante. Le pedí, en el tono más apacible que pude ofrecerle, que respirara hondo conmigo para tranquilizarse. Él seguía mis indicaciones sin resistirse, observándome con un pavor en su semblante que logró generarme un nudo sofocante en la garganta. Ver su cuerpo tan débil, sus ojeras y la manera en la que sus manos temblaban, me hacían sentir miserable y demasiado culpable. ¿Qué clase de justicia le estaba brindando a ese pobre adolescente frente a mí? Ninguna, en lo absoluto. Me avergonzaba de mí misma al ingresar en aquella habitación con la promesa de que todo estaría bien y de que lograría dar con el asesino, aún sabiendo que era tan impredecible y complicado.

v ; kthDonde viven las historias. Descúbrelo ahora