Tony se encontraba en su cuarto, sobre su cama, abrazando la almohada mientras sollozaba: culpaba a las malditas hormonas por su estado.
La puerta fue abierta por el soldado de invierno, se adentró a la habitación y le dolió que su Tony estuviera en ese estado.
-Anthoska... —-se sentó al lado de él, sobre la cama. —-Te traje las donas que tanto te gustan...
-No quiero. —-sollozó.
-¿Qué tienes? —-comenzó a acariciar su cabeza de forma tierna.
-¿Crees qué soy gordo? —-soltó sin más.
-¿Qué? —-se confundió el mayor.
-¿¡Que si soy gordo!?
-Claro que no Kotenok... —-sonrió con cariño. —-eres hermoso.
-No mientas. —-lo volteó a ver. —-Estoy como una dona rellena. —-sollozó. —-Y es por eso que vas a dejarme... —-y de repente se echó a llorar.
-Anthoska... Yo te voy a amar aun que engordes hasta el punto de no poder levantarte de la cama. —-sonrió. "Y si te pones como un puerquito te vas a ver más adorable" pensó.
-Mientes... —-contraatacacó el menor.
-Escuchame Anthony, yo te amo más de lo que te imaginas. —-sostuvo el rostro de Stark. —-Te amo. —-y justo después lo besó en los labios. Duraron unos segundos hasta que se separaron. —-¿Quién te dijo que estabas gordo?
-Steve... —-se recargó en el hombro ajeno.
-Hablaré con él. —-sus ojos se tornaron serios, ¿Qué se creía ese rubio para faltarle el respeto a su Kotenok? —-No permitiré que te diga nada a ti y a nuestro futuro hijo...