Capítulo I. Base Aérea 34

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(En algún lugar al sur de Estados Unidos, 17 de Junio de 2020, 23 horas.)

Se escuchó la alarma en la base aérea, despertando a todos en las instalaciones. Los pilotos salieron de sus dormitorios para abordar sus aviones de caza, 'raptores' F-22, e iniciar una estrategia defensiva inmediata. Yo, el comandante supremo de las fuerzas aéreas, John R. Washington, me desplacé hasta el centro de operaciones de la base, para reunirme con el personal de comunicación, quienes corrían de un lado a otro. Entre las computadoras, el equipo técnico y los empleados atemorizados; los pasillos se hacían más angostos e inaccesibles. Parecía un cuatro de julio por todas las luces que destellaban en sincronía.

—¡Cálmense! ¡Y déjenme pasar! ¡Maldición! —les grité a todos.
—¡Las piezas se están acercando comandante, se encuentran a diez kilómetros del perímetro! —gritó un miembro del personal de operaciones espaciales.

—¿¡Alguien del escuadrón podría decirnos si ya tienen visualizando el objetivo?! —grité, abriéndome paso entre la multitud.

Oímos una estática, no hubo respuesta por parte de los pilotos. —Parece que los sistemas de comunicación no están funcionando correctamente comandante —avisó el personal de comunicación aérea.
—¡Notifiquen de inmediato al Pentágono y a la Casa Blanca! ¡Estamos bajo un ataque inminente! —les ordené.

Mientras trataba de entablar algún tipo de comunicación con el escuadrón, la mayoría del personal comenzó a acercarse al radar, el cual, arrojaba unos datos ridículos. Se veían una serie de puntos, apareciendo y desapareciendo al mismo tiempo, acercándose cada vez más a los pilotos. Lo más extraño, es que no hubo aviso previo. «Si estas cosas entraron por el Pacífico o Atlántico, tuvo que existir alguna alerta. Todo indica que aparecieron aquí, en la base».

El personal observaba el radar en agonía, manteniendo sus manos en los escritorios. —Creo que esperan el inicio de la tercera guerra mundial —me dije a mi mismo—. Ví a varios de ellos rezando en los rincones, esperando la erradicación de esta base. «Esto es un ataque aéreo de alguno de nuestros enemigos, la situación política entre los Estados Unidos y Corea del Norte cuelga de un hilo».

—¡Es Kim Jong-Un! —gritaron en la sala. —Faltan quince segundos para que nuestros pilotos intercepten al objetivo comandante —me indicó el personal de operaciones espaciales.

Manteníamos nuestra mirada fija en el radar, pendientes de aquellos puntos que aumentaban el paso.

—11,10, 9, 8, 7...

El escuadrón se aproximaba a una enorme montaña. «Es probable que la oscuridad no les permitía ver más allá de sus narices».

—...6, 5, 4, 3, 2, 1.

El radar cambió por completo, de la nada, los puntos desaparecieron. Hasta que por fin, uno de los pilotos hizo contacto.

—¿Base aérea treinta y cuatro?
—¡Aquí base aérea treinta y cuatro! ¿Puede decirnos qué demonios ve? —le grité al piloto con desesperación, arrebatándole el radio a uno de los miembros de operaciones espaciales.

Nos tuvimos que tapar los oídos, otra vez entró una insoportable estática a la sala.

—Ocs —dijo el piloto con dificultad.

La interrupción era constante.

—¡Repita piloto oficial! ¿Qué es lo que acaba de decir? —Le grité por el micrófono.
—¡Rocas comandante, muchas rocas! —me contestó.
—¡Es el maldito desierto de Nevada, claro que está viendo rocas!

La interferencia volvió a complicar la comunicación, hasta que por fin, el piloto pudo decir algo con claridad.

—¡Comandante! ¡Las rocas están suspendidas en el aire! —exclamó.

Todos en el centro de operaciones nos quedamos atónitos. Yo seguía pidiendo una imagen a gritos. Hasta que después de unos segundos, la pantalla de visión nocturna frente a mí, mostró como varias piedras caían al piso de una altura considerable, mientras los aviones de caza pasaban por la zona.

Ella Está VivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora