Capítulo XXVI. La Batalla de los Rascacielos

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(6 días: 13 horas: 06 minutos: 06 segundos para la extinción de la humanidad. Zona X.)

—¡Suéltame! —le grité.
—Ya casi es tiempo Wiliaaaaaaaaaaam.

El espectro se evaporó, liberándome de sus asquerosas manos. Salí de la habitación lo más rápido que pude. Mis gritos debieron de haberse escuchado por todos lados, puesto que Jorge y Alex ya me esperaban fuera del cuarto.

—¿¡Qué sucede!? —preguntó Alex inquieto, corriendo atrás de mí.
—¡Bestias! ¡Miles de ellas! ¡Vienen hacia acá! —grité emprendiendo vuelo hacia el vestíbulo del edificio, advirtiéndoles a todos.

Martín se percató de la gran nube voraz que se acercaba al edificio, la escena lo dejó mesmerizado, haciéndolo retroceder hasta el borde de la construcción.

—¡Se están acercando! —gritó Martín mientras llegábamos con los voluntarios.
—¡Ármense soldados! —gritó Steve.
—¡Es una locura capitán! ¡Son demasiados! —le dijo Martín.
—¡Las hijas de puta saben que estamos aquí! ¡Si no hacemos una ofensiva ahora, no tendremos forma de salir con vida! —le contestó Steve, mientras cargaba su ametralladora y caminaba hacia las ventanas.

Todos los soldados y voluntarios creamos una sola fila detrás de los enormes ventanales que formaban la entrada del edificio; apuntando nuestras armas hacia la aglomeración de criaturas. Nuestros cuerpos temblaban, la temperatura parecía bajar cada instante, pues éramos solo unos cuantos en contra de toda esa masa.

Al fijar mi mirada detrás de aquellas bestias, noté que había algo moviéndose dentro del mar.

—Llegó la hora amigos —les dije a Jorge y Alex.
—¡Dispárenles a la cabeza! —gritó Steve.
—¡Recuerden, unidos siempre! —les dije.
—¡Acabemos con ellas! —gritó Jorge.

Todos nos juntamos en un grito de guerra, mientras las criaturas se abrían paso entre nosotros. Teníamos la decisión de combatir hasta la muerte.

—¡Fuego! —gritó Steve.

Disparamos sin cuartel. El mar y las calles de Boston se iluminaron. Logramos derribar algunas de ellas antes que pudieran entrar al vestíbulo, pero detrás de esas, aparecían más y más; parecían un enjambre de abejas asesinas. Las bestias despedazaron los ventanales y entraron al complejo. Amenazaron con devorarnos a todos, pero logramos evadirlas al emprender vuelo.

—¡Debemos de unirnos ya! —les grité mientras despedazaba el cráneo de una bestia.
—¡Son demasiadas! —exclamó Jorge.

Las criaturas comenzaron a entrar por el enorme hueco del edificio, acorralándonos en el pequeño vestíbulo.

—¡Es una emboscada! ¡Salgan del complejo soldados! —gritó Steve.

Obedecimos y logramos salir por los ventanales con dificultad, por desgracia, dos voluntarios fueron atrapados y despedazados por las garras de los monstruos. Respiramos una combinación de mar, sangre y pólvora.

Al salir de la construcción, fuimos testigos de una violenta batalla. Procuré mantener a mis amigos cerca.

—¡Es momento de unirnos! —les grité
—¡Sí hagámoslo ahora! —exclamó Alex.

Cerré mis ojos. Visualicé esa mancha azul que se formaba en mi retina, oí ese peculiar zumbido de la señal de Alatara, pero también, sentí ese inexplicable enlace, con Jorge y Alex.

—¡Listo! —grité.
—¡Vamos! —dijo Jorge.

Volamos alrededor del edificio cuál estrellas fugaces, logrando ametrallar a cinco bestias concentrando nuestra puntería.

Ella Está VivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora