Capítulo XVII. Nada Malo Pasará

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(18 de Junio de 2020, Fort Wayne, Indiana.)

El teléfono sonaba como esquizofrénico, bajé matándome por las escaleras de la casa, pues la señora no me permitía dejar de contestar ni una sola llamada. Llegué a la sala y lo descolgué de inmediato.

—Casa de la Familia Pearse —respondí faltándome aliento.
—Buenas tardes señorita, hablamos del Pentágono en Washington D.C. Estamos buscando a la señora, ¿se encuentra de casualidad?
—Lo siento, salió de emergencia a recoger a sus hijos al colegio. ¿Gusta dejar un recado?
—¿Es usted algún familiar?
—No, soy Lydia Simsky, su niñera.
—En ese caso, solo dígale que se comunique al código nueve, base aérea treinta y cuatro. Gracias.
—No hay de... —le respondí mientras me dejaba colgada como tonta—, que amable señor del Pentágono —dije mientras colocaba el teléfono en su lugar.

—Les hace falta poner un inalámbrico allá arriba —pensé—, ¿a qué demonios se referirá con el código nueve? ¡Maldición! ¡Debo darme prisa a terminar de limpiar el cuarto de los niños o la señora me va a matar!

Corrí de nuevo por la enorme espiral de escaleras, para llegar a sus habitaciones. Sin duda este era mi lugar favorito para trabajar. La casa era enorme, estaba muy bien decorada y llena de muebles minimalistas. Era obvio que la señora Pearse era la autora de semejante diseño de interiores, puesto que su esposo es miembro del ejército y dudo mucho que él haya armado todo esto.

A parte de lo material, otra cosa que me hacía intensamente feliz, eran sus hijos. Son tan adorables como mi hermano menor, pero con tremenda energía, multiplicada por cien. Solo quisiera aprender a controlarlos sin ser tan estricta.  —Espero que algún día lo logré —pensé.

El día de hoy fue todo el relajo por lo que sucedió en el mundo. Apenas y pude llegar a tiempo desde mi pequeño departamento a casa de la señora. Mis papás querían que me regresara de inmediato a Florida, pero no había manera de llegar con ellos durante esta crisis. Entonces tenía que esperar a que esto disminuyera o que ellos vinieran por mí, ambas opciones sonaban muy lejanas.

Había venido hasta Fort Wayne para trabajar desde antes de las vacaciones de verano, quería ayudar un poco con los gastos de la escuela, pero creo que mis metas tendrán que posponerse debido a la situación.

Se escuchó un carro llegando a la cochera de la casa. —¡Diablos! ¡Ya llegaron! —grité. Me apuré a terminar de tender la cama de los niños, de forma muy superficial y aceleré el paso hacia la entrada.

Al bajar a la entrada de la casa, vi a a la señora Pearse entrando por la puerta; venía peleando con alguien por su teléfono, como de costumbre. Los niños corrieron a mis brazos, completamente atemorizados.

—Está hecho un verdadero caos allá afuera, no puedo llegar a ninguna junta, ¿Qué no has visto las noticias? ¡El mundo se está yendo a la mierda!

—Con razón los niños venían súper espantados—pensé—, creo que ni yo había prendido las noticias en todo el día.

—Por mi despídeme si quieres, debo estar con mis hijos en estos momentos, gracias por participar —le dijo mientras le colgaba a la persona con la que hablaba.

La señora Pearce se llevó su mano a su frente, tratando de eliminar la migraña que le causó semejante discusión.

—¿Hubo más llamadas Lydia?
—Este...eh...código...código —le dije nerviosa.
—¿Si? ¿Código qué?
—¡Código nueve!, sí, hablaron del Pentágono. Me dijeron código nueve y algo de una base aérea —le dije mientras aún tenía a los niños abrazados.

La señora Pearse levantó sus cejas, su rostro se puso más blanco de lo normal, creo que hasta su lápiz labial rojo, cambio de color.

—¿Estás segura? —me dijo estremecida. Tomó su celular nuevamente y marcó un teléfono.
—Sí, segura.
—Llévate a los niños arriba, ¡ahora!
—Por supuesto.

Ella Está VivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora