Capítulo XXII. ¡Goliat, el Invencible!

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El sol quemaba bastante aquel verano, mi papá y yo estábamos jugando baloncesto uno a uno en el parque cerca de nuestra casa. Era un reto jugar con él por muchas razones. Jamás reducía su energía, nunca limitaba su fuerza y siempre me obligaba anotar por lo menos una canasta. Con la finalidad de enseñarme y ayudarme a perfeccionar mi técnica, decía. A pesar de ser estricto con sus reglas, podíamos pasar horas divirtiéndonos en la cancha.

—¡Vamos Will, quítame la pelota! —me dijo al desplazarse con tremenda condición.
Yo parecía un caracol, tratando de vencer una liebre. —¡Eres bastante rápido! —le contesté, jadeando y arrastrando los pies.
Mi papá anotó una bola más, con esa ya sumaban diez a cero. —Vamos Will, no creas que nos vamos a ir sin que anotes una, ¡eh!
—Es imposible papá, me llevas mucha ventaja.

Se detuvo, tomó el balón en la mano y me miró fijamente.

—¿Por qué lo dices? —me preguntó.
—Eres más alto, ágil y fuerte que yo.

Él dejó salir una carcajada y se acercó a mí bañado en sudor.

—Sabías que Napoleón Bonaparte, era un personaje de mediana estatura y que media Europa le tenía pavor. No por su fuerza o agilidad, si no por su capacidad de planear —me dijo.
—Napoleón no fue tan buena persona papá —le contesté irónicamente.
—Cierto era un tirano, pero usó su inteligencia para desarrollar operaciones militares históricas. ¿Qué crees que podrías hacer para quitarle la pelota a un enemigo como yo?, anda, piensa, debes de ser como él o como: ¡Goliat, el invencible!
—A Goliat le cortaron la cabeza con su propia espada —pensé—. Pero ya no quería discutir más, así que me propuse a solucionar mi problema.
—No estoy seguro, ¿podría tratar de engañarte?
—Sí, muy bien. ¿Cómo?
—Me has dicho que siempre mantenga mis manos y piernas ágiles; podría hacerte pensar que voy tras la pelota, dándole pequeños golpes.
—¿A ver? quítame la pelota —me dijo.

Volvimos a empezar, avanzamos por toda la cancha, hice mi mejor esfuerzo por acercarme a él, pero volvió a burlarme y anotó dos veces más.

—¡Quítame la pelota, Will!
Por poco me rendía, mi papá jugaba como profesional y yo como simple estudiante de la secundaria. Deje a un lado mis miedos y decidí dar un último esfuerzo. Vi que estaba por anotar nuevamente, me pare frente a él, me mantuve firme y le hice pensar que le iba a quitar el balón de su mano derecha. Moví mis manos lo más rápido que pude y al momento que la cambió a su mano izquierda, logré quitársela. Retrocedí un poco, tire y anoté mi primer canasta. 

—¡Excelente Will!, ¿lo ves? Solo hay que concentrarse —gritó entusiasmado.
—¡Lo logré! —exclamé, mientras miraba al aro de anotación con asombro—, ¡gracias papá!

Él se acercó y extendió su mano para chocar nuestras palmas. Nuestra celebración fue tan ruidosa, que se escuchó por toda la cancha y por el resto de las áreas del parque.

(10 días: 2 horas: 30 minutos: 45 segundos para la extinción de la humanidad. Zona X.)

Los soldados disparaban sus ametralladoras hacia las bestias. El capitán Steve les impedía el paso al centro de operaciones colocándose al frente de la entrada principal. Jorge seguía en una esquina, suplicándoles a los cadetes que no lastimaran a sus padres.
Tenía que sacarlo de ahí, corría peligro. Alex estaba a mi lado, al igual que el profesor Rojas, quien no podía quitar los ojos de las terribles abominaciones. El lugar se había transformado en una zona de guerra, las bestias parecían estar soportando las balas.

—¡Tenemos que ayudar a Jorge! —le dije a Alex.
—¡Regresen al subnivel dos!, ¡ahora! —nos ordenó Max, señalando el centro de operaciones con ímpetu.
—¡No vamos a dejarlo ahí! —le grité.

Ella Está VivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora