Capítulo VI. Río Maumee

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(19 de junio de 2020, 14 Hrs. En algún lugar de Indiana.)

Seguía sobresaltado, no podía quitarme esa imagen en de mi cabeza, ver a esa familia en los automóviles cayendo al pavimento y muriendo instantáneamente. «¿Qué era lo que ocurría, acaso estamos viviendo nuestras últimas horas?». Me hizo recordar aquella experiencia que viví en los láseres, en la plaza Glenbrook, con Jorge y Alex. Cuando mi papá me enseñó que estaba luchando contra un ser de mi imaginación, pero fue tan real, sentí la fuerza de su mano, su falta de oxígeno y esa voz fúnebre.

En aquella ocasión pensé que me estaba volviendo loco, que terminaría en un hospital psiquiátrico. Me acuerdo que no comía bien ni salía de mi casa para ver a mis amigos. «¿Me habrá sucedido lo mismo? ¿Estaré delirando otra vez?»

—¡William! ¡William! —me gritaba mi mamá—. Tardé en darme cuenta que estábamos en medio de puros árboles, caminando hacia Detroit a ver a mis tíos y primos. Me encontraba recargado en un tronco con la mirada perdida, sumergido en mis pensamientos, apenas y escuchaba su voz; como si estuviera a varios metros de distancia.


—¡Reacciona hijo, por favor! —berreaba—. Por fin pude verla a los ojos, su mirada era tan pura que me hacía sentir un poco de melancolía, no quería que se preocupara tanto por mí, me lastimaba verla tan triste. Con mucho esfuerzo, pude pronunciar unas cuantas palabras. —¿Ma? ¿Estoy imaginando cosas, de nuevo? —le pregunté.

Ella me miró con más intensidad, dejando salir una pequeña sonrisa mientras colocaba su mano en mi hombro. —No mi cielo, no está en tu cabeza, todos lo vimos —me dijo—. Comencé a reaccionar un poco más, me dio un poco de taquicardia y aceleré mis palabras. —¿Viste los carros, los niños? —le dije espantado, impulsando mi cuerpo hacia ella.

En aquel momento, mi papá se acercó a mí y con un tono muy suave en su voz me dijo —Hijo, escúchame, necesito que te pongas de pie, necesitamos llegar con tus tíos, concéntrate en el presente —me dijo tomando mis hombros con delicadeza—, sé que viste algo muy terrible pero nos tienes a nosotros, no permitiremos que nada malo te pase, se fuerte y levántate—. Las palabras de mi padre se clavaron en mi cabeza, no era común que se dirigiera a mí de esa forma, siempre ha sido muy estricto y calculador. Ahora se presenta de esta manera, alentándome a seguir adelante, a confiar en mí. Con un par de lágrimas en mis ojos, levanté mi mirada y le contesté: —Sí papá, sí lo haré.

Estábamos en algún lugar de indiana, acercándonos cada vez más a Detroit, apenas me di cuenta que había pasado un día y medio desde que salí de Fort Wayne. Las personas optaron por salir de sus carros y peregrinar al lado del Río Maumee. Se notaba que nadie quería pisar la carretera después de la tragedia, parecía un exilio, triste y abrumador. Las personas establecieron campamentos en la zona, para ofrecer refugio o simplemente descansar de la ardua caminata. Todo el lugar fue bautizado como el río de los sobrevivientes, escuché decir a los demás.

Mi papá nos obligó a mantener el paso, mis pies me dolían y me empezaba a dar hambre.
«¿Qué pasará si tardamos otro día en llegar?¿Qué haremos si se nos terminan los pocos recursos que teníamos». Nunca creí que ir a Detroit de esta forma fuera tan demandante.

Al poco tiempo, se acercó una familia que nos ofreció un poco de agua y sándwiches. El señor quien llevaba a una niña de tres años en sus hombros, nos ofreció más alimentos en dado caso que se nos terminaran. Mi papá le agradeció su ayuda y decidió dejarnos descansar un poco antes de continuar.

—¿Cuánto cree que falte para llegar a la ciudad? —le preguntó a mi papá.
—Hemos caminado durante casi un día entero, seguimos a un costado de la vieja carretera veinticuatro, pasamos Antwerp y Cecil; deberíamos estar acercándonos a Defiance. Para después caminar hasta Waterville, Maumee y la Ciudad de Toledo —le contestó.
—¡Vaya!, se ve que conoce bien estos rumbos.
—Voy seguido a Detroit por mis hermanos —le dijo orgulloso—, pero debo admitir que es la primera vez que voy a pie con mi familia.
—Es horrible lo que está ocurriendo —le contestó.
—Sin duda que lo es.
—Creo que deberíamos acampar aquí, está oscureciendo —sugirió la esposa del señor, acercándose a nosotros—, las niñas están cansadas de caminar.
—Es buena idea señora —le contestó mi papá.

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